Prov 9,1-6: “Venid a comer mi pan”.
Sal 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Ef 5,15-20: Dejaos llenar del Espíritu.
Jn 6,51-58: “El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”.
Nos comemos el mundo a cucharadas. Para poder vivir necesitamos comernos la carne de las cosas; para ello cultivamos y criamos vegetales y animales. Su carne pasa a nuestro cuerpo y deja de ser lo que era para transformarse en carne propia. De este modo subsistimos.
Los momentos de abundancia destacaban porque había carne para comer todos; al contrario los de escasez. La carne es un manjar de fiesta, espléndido. Para los días de festejos se reservaba el animal cebado, que se venía cuidando y alimentando durante todo el año.
Pero no se puede comer cualquier carne. Existen algunas restricciones a la hora de comer: no se debe ingerir nada que haga daño a nuestro organismo, tampoco, en general, a los animales que se alimentan de carne, ni a los animales que conviven en nuestro hogar. Mucho menos la carne de otros seres humanos.
Desde el principio de su evangelio, san Juan introduce una expresión que vertebra todo su mensaje: “El Verbo se hizo carne”. El Hijo de Dios asume la condición de criatura humana, condición temporal, limitada, frágil, visibilizada en su carne. Los primeros teólogos vieron en ello un sentido: si Dios nos creó con esta carne, materia tan débil, era para que resplandeciera su gloria y no nos ensoberbeciéramos, para hacernos fuertes en la debilidad. Que el Verbo de Dios tomara la condición humana, la de la carne vulnerable, es muestra de su misericordia y de que quiere que la carne del hombre adquiera la fuerza divina, su misma gloria. Para ello, dispuso que lo hiciéramos comiendo, al modo como solemos hacerlo con los alimentos cotidianos que nos sustentan, pero con un superalimento que nos haga más de Dios, que provoque que el Espíritu nos transforme en la condición divina. Es la carne de Jesucristo glorificado, que encontramos en el pan y en el vino de la Eucaristía. Al contrario de lo que sucede con el resto de alimentos que, al tomarlos, comienzan a formar parte de nuestro cuerpo, al comer el Cuerpo de Cristo, nos hacemos más de Él.
Las palabras de Jesús en este capítulo sexto del evangelista san Juan resultarían escandalosas para sus paisanos, incluso para lo más próximos. Hoy en día parecen tomarse como incomprensibles o irrelevantes. Si no se conoce a Jesucristo resucitado y el sentido de la condición humana, difícilmente podrá apreciarse el don de su Cuerpo y de su Sangre, y no se avanzará en el deseo de que Dios nos dé más que un pan de cada día meramente material.