Jb 38,1.8-11: El Señor habló a Job desde la tormenta.
Sal 106,23-24.25-26.28-29.30-31: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.
2Co 5,14-17: El que es de Cristo es una criatura nueva.
Mc 4,35-40: “Vamos a la otra orilla”.
Los días de Job eran luminosos. Sin anuncio, ni siquiera sospecha de borrasca, lo envolvió la tormenta. Se llevó todo lo suyo: sus bienes, sus hijos, su salud, su estatus, su paz… pero no pudo llevarse su dignidad, él no quiso que se arrastrara consigo su dignidad y se mantuvo abatido, enfermo, sufriente… pero erguido. Aquella posición lo sostuvo en su búsqueda de Dios, cuya presencia había quedado oscurecida por la tormenta, que también parecía haberse llevado su palabra confortante e iluminadora. Job permaneció en pie, combativo, indagador y, finalmente, Dios le respondió en la tormenta. El desenlace del relato descubre a un Job crecido, radiante, que puede hablar con Dios de tú a tú. La repuesta del Señor es solemne y rotunda: de no haber estado ahí las aguas, los poderes de la naturaleza indomables y terribles, habrían aniquilado a Job y a todo ser humano. Dios es el que sostiene cada elemento en su sitio para que no traspase su frontera y sobrevenga el caos. Si Él permite que sobrevenga la tormenta es para conducir hacia una armonía mayor. ¡Cuánto había crecido Job, sin saberlo, en aquella búsqueda urgida por el sufrimiento y el sinsentido hasta que Dios se dejó encontrar en el mismo lugar del conflicto, la tormenta!
El Maestro invitó a sus discípulos a una travesía por el mar. Toda salida comporta riesgos; la inserción en el mar los multiplica. Las aguas no ofrecen la seguridad de piso de la tierra firme y su camino a través de ella precisa el auxilio de una embarcación, con el permiso de las aguas. Cuando estas se embravecen, se acentúa la pequeñez humana y su incapacidad poner orden en el caos. Jesús está dormido, pero está, ante el reclamo de los suyos, asustados por el miedo a morir, se yergue y demuestra la soberanía del Padre Creador haciendo que le obedezcan los vientos. El milagro se realiza con un reproche a los suyos por su falta de fe. ¿No serían capaces de eso mismo ellos si confiasen? No en sus fuerzas, sino en la autoridad de Dios y en el cuidado delicado de sus hijos. La tempestad les había hecho arrugarse por temor a perecer y, curvados, habían descuidado su condición de hijos de Dios en pie para llamarlo y buscar su rostro y encontrarse con Él cara a cara.