Dt 8,2-3.14b-16a: No te olvides del Señor, tu Dios… que te alimentó en el desierto.
Sal 147,12-13.14-15.19-20: Glorifica al Señor, Jerusalén
1Co 10,16-17: Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Jn 6,51-58: El que come este pan vivirá para siempre.
Tan cuajado, tan acabado, tan unidad… el pan que es subido a la mesa narra historias, muchas historias que lo precedieron y anticipa otras que vendrán tras él. Cuenta, pero para quien quiera oír.
Cuenta la historia del grano menudo que se tomó de la cosecha generosísima del campo donde no hubo labor del hombre, sino solo don del cielo. Las primeras siegas se hicieron en un campo no cultivado por hombres: no labrado, no desherbado ni escardado, no abonado, no sudado… Puro regalo del cielo. Y toda semilla posterior es descendiente de aquellas; ninguna tejida por la mano de la criatura, todas conservando la herencia del regalo divino para el alimento humano. Primera narración: el pan es un regalo.
Cuenta la historia del espíritu intrépido que quiso parafrasear el don de Dios haciéndolo más próspero y dispuso un terreno para emular a la naturaleza con todo su ingenio y destrezas. Nos cuenta sobre los que emprendieron el oficio en la agricultura. El arte del campo acumula muchas destrezas: las del que ara, y del que abona, y siembra, y riega y quita la mala hierba y cosecha. Segunda narración: el pan es trabajo, es creatividad, esfuerzo y sacrificio.
Cuenta la historia de los granos numerosos que tuvieron que perder su consistencia en el molino para hacerse uno solo en la masa del panadero y dejar la multiplicidad de espigas para aliarse en la unidad del alimento que se cuece y se sirve unido. Tercera narración: el pan es unidad donde había muchos.
Y así llega a nuestra mesa. Y así lo ofrecemos a Dios Padre en la mesa del altar. ¿Qué historia nos querrá contar nuestro Dios en este pan al que nos invita cada domingo, cada fiesta, cada Eucaristía diaria?
Nos cuenta la historia del Hijo ofrecido por amor al género humano, que culminó su entrega en la cruz y fue resucitado y ascendió a la derecha del Padre. Su cuerpo glorioso, sacrificado y resucitado nos queda en el pan de la Eucaristía. El pan es misericordia de Dios.
Nos cuenta la historia de la fraternidad humana que, hija de un mismo Padre, busca el encuentro con su Señor y necesita de su pan como alimento cotidiano. El pan es justicia.
Nos cuenta sobre la necesidad que tenemos los cristianos de nutrirnos del pan del cuerpo de Cristo para tomar energías hacia la vida eterna, para hacernos más de su cuerpo glorioso y emprender aquí camino de resucitados. El pan es vida eterna.
¿Cómo, quien no quiera escuchar lo que cuenta esta pan bendito, va a entender otra historia que lo que llena su estómago y solo el suyo? Por ello: desagradecido quien no valore en el pan el regalo de Dios; insensible quien no aprecie la belleza creativa en la hogaza; criminal el que no defienda que toda persona disfrute de pan en abundancia; desgraciado el que se diga “amigo de Señor” y desprecie el pan hecho cuerpo de Cristo.
¿Qué vas a contar tú de este pan y sobre este pan en ti? Tú formas partes también de su historia, tú acoges o rechazas, contemplas o descuidas, comes con provecho o devoras con maldición, te dejas transformar por el Señor en ti o pasa a tu cuerpo con tu indiferencia. Será bendito quien contemple y adore y coma al bendito hecho pan de vida por amor. Alabado sea el Santísimo Sacramento que bendice cuanto se deja tocar por Él.