Is 52,13–53,12: El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros pecados.
Sal 30,2.6.12-13.15-16.17.25: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Hb 4,14-16;5,7-9: No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nosotros.
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18,1–19,42: “¿A quién buscáis?”.
La luna redonda de primavera llena de brillo atenúa la oscuridad de la noche, pero no acaba con ella. Fueron a buscarlo con faroles y antorchas. Tampoco arranca el miedo: fueron con armas. Con lucecitas temblorosas a por el que es la Luz, con armas a por el que es el Príncipe de la Paz. La patrulla sorprendía por la paradoja: “¿A quién buscáis?”. Tuvo que repetirlo otra vez: “¿A quién buscáis?”. Buscaban a Jesús el Nazareno, sin saber en realidad con quién se encontraban. Cada vez más cargados de contradicciones: maltratando a la Ternura, desacreditando la Verdad, escupiendo a la Belleza, condenando al Juez, matando a la Vida. ¿Con cuántas contradicciones más nos acercaremos a Jesús el Nazareno, buscando al que ansía nuestro corazón y rechazando encontrarnos de verdad con Él? Si es la Luz, que ilumine; si es Paz, que pacifique; si es Justo, que provoque la Justicia; si es el Camino, que guíe; si es la Vida que no muera, que no deje de vivir aunque vayamos una y otra vez buscándolo con ademanes homicidas, sin saber que Él ya antes nos había encontrado para nuestra salvación, para nuestra vida. Que viva, que ya murió por amor para no morir, para que tuviésemos Luz, y Justica y no temamos (ni siquiera la muerte). Mirándolo a Él en esa Cruz como una tea, como un farol, ¿a dónde iremos a buscar más y mejor que en Él? No dañemos a la Luz, que no está bien el preferir la muerte a la vida, cuando la Vida murió para darnos felicidad eterna.