Is 8,23b-9,3: Acreciste la alegría, aumentaste el gozo.
Sal 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
1Co 1,10-13.17: No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio.
Mt 4,12-23: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.
Se apagaron las luces de repente y donde todavía se podía ver algo, se le hizo imposible a la vista. Aunque llevaban ya una deriva de tiempo y tiempo cercanos a la ceguera, según el profeta Isaías, fue Dios el que apagó del todo. Castigaba a la vista, para que el Pueblo volviese al deseo de luz, de la verdadera luz que esclareciese su historia y le enseñase el camino de la justicia. No pocas veces los humanos aprendemos solo desde la situación de precariedad. Cuando olvidamos nuestra condición de pobreza, nos creemos ricos de lo que no es nuestro ni podemos darnos, olvidando a Dios.
El profeta Isaías promete luz, aunque superando las expectativas de su Pueblo. Una luz que traerá gloria, una que dará una inmensa alegría. Como los que siembran cuidando la tierra con paciencia hasta que meses después se encuentran con el éxito de sus trabajos y la semilla. Antes no han podido disfrutar el fruto más que en esperanza. El Dios que humilla y llena de gloria. Como los que se reparten el botín, el premio a las fatigas y riesgos de la batalla. La luz de la que se habla viene precedida por trabajo paciente y esperanzado, y por el combate peligroso que se afronta con valentía.
El especial protagonismo de la luz en estas lecturas (frente a la oscuridad y las tinieblas), nos pone en el rastro de la Palabra de Dios que ilumina la realidad para interpretar su sentido y afrontar los acontecimientos con la referencia que viene de lo alto. Quienes rechazan la luz o la ignoran, se queda como quienes no ven y, por tanto, desorientados y con mucha facilidad para un camino errado y errático, sin horizonte.
Mateo interpreta la profecía de Isaías, desde Cristo. En su Evangelio Él es la Luz. El episodio se abre con un acontecimiento oscuro, con prevalencia de la injusticia: Juan el Bautista ha sido arrestado. Las tinieblas siguen actuando; un poderoso quiere acallar las denuncias de un hombre de Dios y lo detiene. Es el momento en el que Jesús comenzará a predicar en su región, Galilea, llamando a la conversión. Si Dios no deja de iluminar, la falta de visión estará provocada por deficiencia en la vista. Esta necesidad de conversión comienza invitando a una revisión de vida y la localización de lo que interrumpe el trabajo a los ojos.
Luego se centra en la llamada de los primeros que formarán parte del grupo más cercano a Jesús y de sus continuadores con la misión del Padre. Para ver bien a quiénes elegiría, le pediría luz al Padre en su oración cotidiana. No vio a unos pescadores de peces, sino de hombres, y los invitó a seguirlo. A unos mientras faenaban, a otros una vez que habían terminado su labor en el agua y preparaban los aparejos para la próxima pesca. A cada cual en un momento distinto.
¿Vieron estos pescadores una persona luminosa en Jesús? Algo les atrajo hasta el punto de dejarlo todo (trabajo y sus instrumentos, barca y familia) inmediatamente para ir tras Él y con Él. Sería para ellos una persona luminosa, de mucha luz. Para quien tiene deseos ardientes de luz, el descubrimiento de la fuente de la claridad causa una alegría enorme y centra su vida en ello, si le merece la pena. Basta con no querer caminar en tinieblas y quedarse abierto sin trincheras para que Dios ilumine. De una vez por todas la luz divina quedó para nosotros en Jesucristo. El Padre lo pronuncia a Él que es para nosotros Palabra de Dios y el Espíritu nos ayuda a interpretar con su luz nuestras vidas.