Ez 18: “¿Es injusto mi proceder?”
Sal 24: Recuerda, Señor, tu ternura.
Fp 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Mt 21,28-32: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”.
Puestos a compararnos con Dios, salimos siempre perdedores. Por eso mejor hacerlo con los demás, con la suficiente astucia para conseguir en todo caso la victoria: que queremos presumir de juventud, nos arrimamos a un anciano; que de conocimientos, a un niño; que de altura, a un enano. De un modo parecido tal vez lo harían los sumos sacerdotes y los ancianos. En su caso querían parecer justos y el contraste, beneficioso para ellos, lo encontraban en los pecadores, en concreto publicanos y prostitutas (tal vez de los más visiblemente pecadores a sus ojos).
El precepto primero y principal de la Ley, el amor a Dios sobre todas las cosas, había de ser el propósito constante e incuestionable de todo judío piadoso. Difícil de baremar en el día a día para saber si uno estaba haciendo lo debido, algo se alcanzaba con el cumplimiento del resto de la Ley, sustentado en este mandamiento capital. Quienes ostensiblemente no se esmeraban en vivir los mandamientos, eran entendidos como claros candidatos para la reprobación divina, para la reprobación religiosa, para la social. Se habían situado en las antípodas de la posición del judío cabal.
El Maestro de Nazaret hace una escandalosa afirmación. La distancia entre ciertos judíos cumplidores aquella panda de pecadores se invierte y los que parecían primeros y más cercanos a Dios, en realidad están más lejos, mientras que estos, prácticamente desheredados de los bienes divinos, están mucho más en sintonía con el mensaje de Dios. La razón es que estos están dispuestos a la conversión, lo que implica el arrepentimiento por un estilo de vida dañino. Los otros rechazan la misericordia divina, porque prefieren anteponer a ella sus méritos, sus cumplimientos, sus logros religiosos. Unos posibilitan el progreso, otros lo impiden. El progreso lo trae Dios al hacer morada en los hombres.
En ningún caso Jesús condesciende con el pecado, con los malos actos, sino que llama la atención sobre la incapacitación para dejarse tocar por el Señor cuando damos por culminada nuestra vida, satisfechos por los éxitos logrados, las llamadas buenas obras. Ellas no deben convertirse en una moneda de cambio para la salvación, sino que han de ser reflejo de una vida donde Dios ha penetrado, del esmero en tener los mismos sentimientos de Cristo. Pero lo determinante no es el trabajo propio, sino dejarle a Dios actuar y recibir el don de su misericordia con agradecimiento y alegría. Nuestra vida es puro regalo, la vida eterna es puro regalo que Dios nos concede gratuitamente. A nosotros nos corresponde la actitud del que extiende la mano (prolongación de su corazón) para acoger con acción de gracias, integrarlo en nuestro corazón y ofrecerlo a nuestro modo. Los publicanos y prostitutas de los que hablaba Jesús acogían con una sed enorme el perdón de Dios, al ofrecerle su corazón desgarrado por el afán de dinero y el afecto malversado respectivamente.
Ni podemos ganarnos el cielo ni hay siquiera una persona que no le merezca a Dios su perdón, porque Él da con generosidad aquello que provoca vida para la Vida eterna. Y la libertad humana puede en cualquier momento rechazar este don vital, aunque se hayan acumulado muchos méritos, o aceptarlo, aunque se lleven a las espaldas pecados de gigante.
Puestos a compararnos, comparémonos con la misericordia del Dios que se hizo uno de tantos, para acercaros a ella, gozarla, celebrarla y compartirla procurando ser misericordiosos como Él lo es con nosotros y no jueces de nadie, ni de nosotros mismos.