Is 8,23-9,3: Acreciste la alegría.
Sal 26: El Señor es mi luz y mi salvación.
1Co 1,10-13.17: ¿Está dividido Cristo?
Mt 4,12-23: A los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló.
Podría haberse quedado o haber emprendido otro camino. Él sabía que estaba llamado a trabajar en el Pueblo de Israel, pero ¿dónde?, ¿con quién? La permanencia en Nazaret le habría procurado al Maestro, el Nazareno, la hospitalidad de los suyos y su asistencia en caso de necesidad (aunque bien sabemos que nadie es profeta en su tierra). Trasladándose a Judea habría encontrado una mayor formación de la gente y cuidado en los asuntos religiosos. Pero se marchó hasta el mar de Galilea, un lugar donde las influencias extranjeras eran mayores, donde la fe judía convivía con otras formas religiosas y se exponía a las influencias de religiones diversas. Pequeños pueblos y medianos conservaban su idiosincrasia judía, pero, muy cerca, otros núcleos de población mayores acogían religiones paganas, en ocasiones mayoritarias.
Jesús prefirió el campo de batalla a la trinchera. Esto último te permite asegurar la posición y defenderte del ataque; lo otro ganar terreno al enemigo. Las guerras no se ganan en la espera del cansancio del rival y su rendición, es necesario arriesgar en el combate cuerpo a cuerpo. Una luz entre luces trae adorno y trabaja discreta; una luz entre tinieblas causa una gran novedad y el beneficio es manifiesto. La llamada “Galilea de los gentiles” era una región de frontera más abierta a los aires exteriores. Allí comenzó Jesús su predicación. Allí eligió a la mayor parte de sus colaboradores.
Este afán por los riesgos parece labrado en la genética divina. Dios quiso hacerse hombre y de un modo que a los mismos hombres nos ha parecido como muy poco divino: pasando por uno de tantos. El mayor de los riesgos es amar; el amor empuja a la salida más aguerrida y sacrificada hacia el otro para abrazarlo en todo lo que es y, de modo especial, en sus diferencias. Esto tiene que ver bastante más con hacerse uno de tantos que con destacar en brillo sobre los otros. El que ama, al mismo tiempo que acoge y recibe, ofrece y aporta. Es un intercambio de riquezas, donde toda donación es garantía de ingresos nuevos. Cada salida hacia lo de fuera ha de romper la inercia narcisista a querer encontrarme conmigo mismo en las cosas que no son yo, como deteniendo el tiempo y el espacio. La ruptura con este afán homogeneizador que busca hacerlo todo conforme a la imagen propia, lleva al enfrentamiento con las tinieblas, que puede entenderse como la oposición a aquello no humanizado, que me amenaza a mí y mis principios o, sencillamente, como la incursión en una tierra diferente a la que aún no he llegado a alumbrar despojándola de su misterio, a la que no puedo hacer tan idéntica a mí que termine por considerarla yo mismo.
No solo se puso en camino el Maestro, sino que incentivó a otros a que también caminasen. Eligió a otros para que viviesen con Él y fuesen servidores de la luz. Otra de las características del amor de Dios: la elección para el servicio. Los dos primeros pares de discípulos acogieron la llamada con prontitud. Se molesta el evangelista Mateo en decir que lo siguieron “inmediatamente”. Nos acompaña un profundo deseo de ponernos en camino, aunque no son pocas las reservas y los miedos de encontrarnos con algo extraño, diferente. Cuando el deseo es enardecido por la esperanza, cuando se encuentran motivaciones superiores a los temores, cuando es Cristo el que invita al movimiento está justificado el “inmediatamente”. Entonces nace el peregrino, el que avanza esperanzado con perspectiva de futuro, de formar parte de los amigos de Jesucristo, portadores de la luz recibida de él y que es Él para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar los pasos por el camino de la paz.