Is 6,1-2a.3-8: Contesté: “Aquí estoy, mándame”.
Sal 137,1-8: Delante de los ángeles, tañeré para ti, Señor.
1Co 15,1-11: Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé.
Lc 5,1-11: La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios.
La orilla pone el límite de la vivienda. No puede perseverar donde no le ofrecen seguridad y, por eso, prefiere la estabilidad de la tierra a la incertidumbre del mar. Al contrario que la barca que vive del agua, porque le da movimiento y trabajo. Tierra adentro se vuelve ociosa. Pero el agua podrá ser su sepultura, cuando deja de sostenerla para envolverla por debajo y por arriba: habrá de tener cuidado quien se interna allí y evitar el mar cuando se transforma en amenaza, cuando más bravío está. El pescador vive de la tierra al agua, del agua a la tierra. Tiene su trabajo en lo firme, su trabajo entre las olas; llevará su esfuerzo a la orilla y allá recibirá el salario. Para él esa frontera entre los espacios, tierra y agua, es el vínculo de sus dos hogares sea para el éxito, cuando la pesca es abundante, sea para la frustración cuando no hay nada que llevar a casa.
La pesca de aquella noche no fue de decepción, simplemente no hubo. Este oficio de pescador está sujeto a estas cosas. En esta profesión que haya mucho trabajo no garantiza el salario, pero, será absolutamente imposible el jornal si no se brega y con dureza. A los peces se les busca, a los peces se les busca en el tiempo oportuno para ello, por la noche; sin embargo el día era inútil para la búsqueda de pescado en aquel mar de Galilea. Hay que trabajar, pero con sensatez; hay también que descansar, una y otra cosa siguiendo el ritmo del pez.
Los galileos que no pescaron se iban a llevar a casa frustración, pero no sorpresa. Estas cosas pasan a veces, mucho en ocasiones. No se trata tanto de destreza, de esfuerzo, de interés… sino de lo que podríamos llamar “suerte”. Aquella noche no les acompañó. Se sorprendieron de otro modo: el Maestro que había predicado el día anterior en la sinagoga, que había curado y que se había alojado en casa de Simón les invitó a algo nuevo y se llevaron a casa otro contrato y otro oficio: pescador de hombres. La oferta vino precedida por un hecho prodigioso: una pesca espectacular cuando era altamente improbable. La palabra del Maestro resultó más eficaz que los horarios de los peces. Es el proceder de Dios: a tiempo y a destiempo. El momento para Dios no se rige siempre desde un supuesto sentido común. El elegido para pescador de hombres deberá tener sustancia de marinero, de trabajador infatigable, pero acostumbrarse a los tiempos de Dios aunque no apetezca, aunque suponga cambiar el oficio conocido por otro, aunque uno se sienta de labios impuros en un pueblo de labios impuros.
Que Él diga lo que hay que hacer y, alegres por su palabra y su elección, lo sigamos adonde Él nos pida, incluso con nueva oficio.