Ciclo C

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (CORPUS CHRISTI). DÍA DE LA CARIDAD. DOMINGO 22 DE JUNIO DE 2025

Gn 14,18-20: “Bendito sea Abrahán por el Dios Altísimo”.

Sal 109: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

1Co 11, 23-26: “Yo os he transmitido una tradición que procede del Señor y a su vez os he transmitido”.

Lc 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron.

 

El pan pasó de las manos de los Doce a las de Jesús y volvió a las de los Doce, pero con una potencia inaudita. Lo que iba a satisfacer a apenas una decena, sirvió para alimentar a más de cinco mil. Fue un paso audaz e imprevisto, solo posible desde el poder de Dios que sobrepasa las fronteras de la lógica humana.

¿Cuánto pan habrá pasado por nuestras manos en nuestra vida? ¿Y dónde ha quedado? El rastro del pan se puede seguir en el corazón, donde queda marcado lo que se movió entre los dedos y lo que hicieron sirvió para ensanchar el corazón o estrecharlo.

Aquello que cayó sobre ellas, las manos, ¿de dónde vino? Abrahán sabía que era don de Dios y, por lo tanto, no era una pertenencia que debía retener para sí, sino que lo que poseía debía ayudar al sostenimiento suyo y de los suyos y para la alabanza divina. Cuando tuvo ocasión ofreció el diezmo de todo lo que tenía al sacerdote Melquisedec, rey de Salem. La tradición cristiana ha visto en este personaje misterioso al que entrega Abrahán tanto una profecía de Jesucristo, como Aquel que sale a nuestro encuentro y recibe de nosotros lo que, previamente, el Padre ha puesto en nuestras manos, para que no retengamos, sino que aprendamos a dar gracias y hacer que aquello recibido, dé frutos de justicia, de paz, de reconciliación.

No basta solo con no retener el pan, sino tampoco el modo de recibirlo, de comerlo, de compartirlo. Pablo no retuvo para sí una tradición que a su vez había recibido. Se veía en la necesidad de transmitirla, porque en ella encontraba un pilar fundamental de la fe en Cristo. Este lo había realizado para que se transmitiera entre quienes recibieran el nombre de cristianos, de generación en generación. También lo hicieron hecho los evangelistas Marcos, Mateo y Lucas. En la Última Cena, Jesús, que tantas veces había dado gracias a Dios por el pan y había participado en numerosas comidas como anticipo del Reino de los cielos, recapituló su vida, su misión, su entrega en la cruz, su resurrección y dejó los cimientos de la mesa para que Dios nos entregara el pan de vida y nosotros lo recibiéramos sentados a esta mesa. En el pan, el principal de los alimentos de la cultura del Mediterráneo y tan importante para la cultura humana y judía, se anticipaban los manjares del Reino de los cielos. Partiendo del trigo, el trabajo humano había conseguido pan con esfuerzo y creatividad. Dios lo convierte, por la muerte y resurrección de su Hijo, en carne transustanciada de su propio Hijo para que, quien coma, reciba energía en su camino hacia la vida eterna. Pero no le aprovechará este pan, si no lo come al modo como nos lo dejó Jesús, como nos lo transmitió el apóstol Pablo.