Ciclo C

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (ciclo C). Domingo 1 de junio de 2025

 

Hch 1,1-11: Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.

Sal 46: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas

Ef 1,17-23: Que Dios os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo.

Lc 24,46-53: “Vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”.

 

            El desnivel entre las estaturas entre el pequeño y el adulto puede ser salvada de dos modos: inclinándose el mayor hasta alcanzar la altura de los ojos o tomar al niño en brazos para auparlo hasta que queden rostro frente a rostro. Ambas modalidades aportan un contenido digno de valorar: el abajamiento, la humildad, la empatía, por una parte; la motivación, el esfuerzo, el ánimo para la escalada por otro. Estos ejercicios, tan frecuentes en la infancia temprana, irán haciéndose menos necesarios conforme vaya creciendo. Interesan ahora porque permiten deslizarnos hacia un arte de estatura que tiene que ver con la propia educación.

            La referencia del adulto es insustituible para el pequeño y observar cómo este es capaz de achicarse para nivelarse con él es una enseñanza maravillosa sobre el modo como debemos adaptarnos a los demás en sus necesidades y procesos. La elevación sobre los brazos mira a motivar para que no se conforme con el tamaño actual, sino que incentiva a desarrollar sus capacidades para crecer y madurar.  El adulto no debe, aunque se sienta tentado, ni permanecer en cuclillas indefinidamente ni perpetuar sobre sus brazos al niño. Con lo primero se le dejaría aniñado perennemente, con lo segundo se le haría creer que ya ha llegado a la meta de su altura y sin esfuerzo. Ambas cosas son destructivas para una educación verdadera.

            La pedagogía divina ha empleado estos dos movimientos para acercarse a nosotros y allegarnos nosotros a Él. El Hijo de Dios se ha hecho carne humana rebajándose y empequeñeciéndose para que podamos mirarlo a los ojos y sentirlo próximo, de los nuestros. Pero a este ejercicio le ha seguido el de ayudar a elevarnos para alcanzar unas cumbres que superan nuestras posibilidades y a las que solo podemos llegar con la ayuda de Dios. Sin el Espíritu Santo no es posible, sin la colaboración humana no lo quiere Dios.

El Evangelio de esta fiesta nos sitúa en Jerusalén, donde Jesús resucitado da las últimas instrucciones a sus discípulos. Primero dice que lo que ha sucedido y ha de suceder ha sido escrito: la pasión y la resurrección de Jesús y la llamada a la conversión para el perdón de los pecados. Las Escrituras dan fe de ello, no es una improvisación precipitada, sino un plan preparado por Dios desde antiguo, desde la misma creación del mundo. Ha sido paciente para ir avanzando entre los hombres y que estos fueran abriéndose a Él. Ahora deja el encargo a los que han sido testigos de su vida y de la acción misericordiosa de Dios manifestada en Cristo Jesús. Comienza la misión de la Iglesia que ha de trabajar para continuar con la tarea encomendada para que todos conozcan su Evangelio.

Él asciende al cielo para, desde allí, tirar de nosotros, auparnos por medio de su Espíritu que actúa en nosotros, que actúa en la Iglesia. Allí alcanzaremos la cumbre de nivel a la que Él nos llama, cuando el mundo sea un lugar de fraternidad, de justicia de amor y participemos plenamente en nuestra humanidad de la condición divina.