Is 52,13-53,12: Nuestro castigo saludable cayó sobre él.
Sal 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Hb 4,14-16; 5,7-9: Siendo hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer.
Jn 18,1-19,42: ¿A quién buscáis?
Los buscaron los guardias de los sumos sacerdotes y los fariseos con antorchas y armas y dieron con un blasfemo; los discípulos creían haber encontrado y perdieron su rastro. Solo las mujeres al pie de la Cruz lo encontraron, allí adonde nadie se acercó sino para la burla, el escarnio, el desencuentro. Una, dos y tres, tres solo, junto con el discípulo al que tanto quería. Lo encontraron en el único sitio donde los otros no lo buscaron, en la cruz, en el fracaso, el descrédito, el silencio de Dios… el abismo ante nuestras preguntas más vitales. Y sin embargo, allí estuvo Dios. Clavado, malherido, desgarrado, moribundo… detenido por los clavos e inútil de milagros y parábolas. No se le pudo encontrar en otro sitio, no lo podemos hallar en otro lugar. Cuando no encontremos a Dios, tendremos que buscarlo allí (superando nuestras razones, en el amor más incomprendido, pero más desbordante).