1Sm 26,2-23: “No se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor”.
Sal 102: El Señor es compasivo y misericordioso.
1Co 15,45-49: Nosotros que somos imagen del hombre terreno seremos también imagen del hombre celestial.
Lc 6,27-38: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
A la de una, a la de dos y a la de tres… Esa carrerilla, esa pequeña preparación previa a una acción que requiere cierto esfuerzo, ayuda a la concentración, a una adecuada disposición con el fin de afrontar lo mejor posible el reto. También se puede articular en el grupo y ayuda a una coordinación entre todos. Con este diminuto preámbulo pueden armonizarse multitudes; basta que haya alguien que dirija y ánimo de un buen hacer comunitario. Algunos han intentado causar esta reacción mediante imposición, por medio del miedo o la amenaza, puede hacerse también empleando el engaño, pero lo más efectivo es la persuasión: convencer o convencerse de que es algo que merece la pena, para mí, para los demás, para todos. Un grado más en el convencimiento creyente es considerar que el que lo quiere es Dios. Queriéndolo Él será siempre oportuno, siempre bueno. Y sabemos cuándo lo quiere Dios, aunque encontremos resistencias internas para llevarlo a cabo. Penetramos en las entrañas de las bienaventuranzas en sus consecuencias; nos las ofrece el pasaje evangélico de este domingo.
Un ejemplo: David, perseguido por el rey Saúl para darle muerte por envida, respeta la vida del monarca porque es “un ungido de Dios”. El rey había intentado acabar con su vida, ahora lo perseguía con tres mil soldados. Cuando tuvo oportunidad de vengarse el joven David no lo hizo, porque sabía que el rey había sido escogido por Dios. Si nos apropiásemos de este respeto de David hacia Saúl, para toda persona que Dios ha ungido, ¿tendríamos valor para quedarnos indiferentes ante cualquier vida humana?
Sabemos que nuestra condición humana nos lleva a desear y a despreocuparnos conforme a intereses sujetos a la carne humana. Pero hemos recibido el Espíritu de Dios (nos lo recordaba san Pablo). El Espíritu Santo esponjando nuestra carne nos permite contar hasta tres o más aún para buscar lo mejor y no solo lo que en cierto momento podemos desear; nos permite encontrar lo que Dios nos está pidiendo. A la de tres los humanos se pusieron de acuerdo para dar la vuelta al mundo navegando; a la de tres para llegar hasta la Luna; a la de tres ¿no podremos invertir esta rueda de injusticias que machaca a la humanidad? ¿No dejaremos que la fuerza divina nos haga crecer en integridad y plenitud? Aquí obra el Espíritu de Dios en quien se deja llevar por Él con impulso de bienaventuranzas para ofrecer la misericordia divina, aunque el corazón pueda demandar olvido, indiferencia, rencor, venganza… Lo que seduce el Espíritu Santo acepta docilidad para la voluntad de Dios
El Maestro, también a la de tres, resistió a lo que la condición humana pedía y el Espíritu hizo su carne obediente a Dios, hasta la cruz. Gracias a Él todos estamos capacitados para este mismo Espíritu y, a la de tres o cuatro o la cantidad de números que hagan falta, disponer nuestra vida para que el Señor trabaje modelándonos y ofrezcamos resistencia al mal y cauces para el bien y el perdón divinos. Puede cada uno, y cuánto podríamos todos si, a la de tres, buscásemos y promoviésemos la misericordia de Dios, su verdad y su justicia.