Is 62,1-5: Por amor a Sión no callaré.
Sal 95,1-2a.2b-3.7-8a.9-10a.c: Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
1Co 12,4-11: El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Jn 2,1-11: “Tú has guardado el vino bueno hasta ahora”.
El relato de una boda que deja a los novios prácticamente ausentes (en este caso a la novia ni se la nombra), olvida a sus protagonistas. ¿En qué fijará su atención?
Coincidieron en la misma boda María, la que, por su intervención, parece que tenía una relación especial con los anfitriones y Jesús con sus discípulos. ¡Bonito comenzar con una fiesta nupcial! Era uno de los acontecimientos más alegres entre los judíos, para el que se preparaba también una celebración singular llena de detalles.
La boda particular recordaba la relación de Dios con Israel. Al echar mano a imágenes cercanas para hablar del vínculo entre el Creador y su Pueblo, unas veces lo describían en términos paterno-filiales, otras desde la relación Señor-siervo y otras también como alianza nupcial. Dios el Esposo, Israel la Esposa. Esta metáfora era tremendamente evocadora: una unión desigual entre dos linajes de muy diferente alcurnia, el Rey de los cielos y la esclava pobretona, que, sin embargo, por la misma índole del vínculo, nivelaba para una relación fecunda. El Esposo siempre solícito y fiel, mientras la Esposa quebraba con frecuencia el compromiso tras otros amantes… Así pronunciaban los profetas, así también interpretaban el libro del Cantar de los Cantares. Isaías, vislumbrando el regreso del destierro (que relaciona con la claridad tras la noche), proclamaba la liberación anunciando nupcias. La infiel era premiada de nuevo por el Esposo, tras un trance de castigo por su propia infidelidad.
Es muy probable que el evangelista Juan enlace con esta tradición literaria y coloque a Jesús en un banquete de bodas al inicio de su ministerio público. Un novio descuidado no provee de vino suficiente. Sobra, sin embargo, el agua. Antes de que los invitados e incluso los mismos novios se den cuenta y se produzca el colapso, María, atenta a los acontecimientos, interviene interpelando a su hijo. Jesús no quiere precipitar los acontecimientos y responde a su madre con una extraña expresión que aún no ha llegado su hora. Pero poco después interviene con la conversión del agua en vino. El evangelista da demasiados detalles sobre los recipientes en los que se va a producir la transformación: habla de su composición, cantidad, capacidad y finalidad. Esto sugiere la aportación de datos para interpretar el episodio como un acontecimiento cultual (como podían indicar unas tinajas dispuesta para las purificaciones judías). El novio solo hace presencia en boca del mayordomo al final, completamente ajeno y desconocedor de lo sucedido. Todo unido lleva a considerar que Jesús se presenta como el Esposo, al modo como Dios era evocado en esta imagen, que se une a la Esposa, simbolizada en María como representante del Pueblo de Israel expectante ante la llegada del Mesías y que pide acelerar el momento de su intervención. La “hora” de la que Jesús dice que aún no es el momento, llegará de modo definitivo en la Cruz, donde se dará a sí hasta la muerte por amor. El nuevo vino de la fiesta, mejor que el primero, incita a relacionarlo con el vino-sangre de la nueva alianza que anuncia el Señor en la Cena de despedida, fiesta de amor y de sacrificio.
Ante todo una boda es un acontecimiento de amor. Juan califica este episodio como el “paradigma” de los signos de Jesús. Es su sustrato y su motivación; todo cuanto haga, diga, omita… será por amor a su pueblo, con quien ha establecido una alianza al modo de un matrimonio. Esta fiesta de la manifestación pública de Jesús en las bodas de Caná estaba asociada tradicionalmente a la Epifanía y a su Bautismo como tres realidades de un mismo acontecimiento.
¿Serán fecundas estas nupcias? Anticipa mucho la Primera Carta a los Corintios de san Pablo. Es el Espíritu el que la hace posible la unión con Cristo y, en Él, con Dios en sus entrañas trinitarias. La diversidad de carismas y ministerios de la Iglesia, la Esposa, son signo de la presencia amorosa de Dios en ella. Los cristianos participamos del amor divino en la Iglesia y allí el Espíritu da frutos en nosotros con múltiple variedad y servicio. Ama mucho quien mucho cuida el don del Espíritu para gloria de Dios y bien de los hermanos; ama poco quien, no solo no cultiva lo suyo ni lo ofrece, sino el que tampoco valora a Dios en los demás o pone reparos y critica las manifestaciones del Espíritu en las otras personas. Poco disfruta la celebración, poco sabe del vino nuevo del sacrificio del Esposo; aguafiestas de la alegría divina cerrado en su pobreza a la riqueza de Dios y de la fraternidad. ¡Vivan los novios! Viva la Esposa y, más aún, el Esposo tan interesado en que prospere la Esposa para la resurrección hasta dar su vida por ella.