Am 7,12-15: El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel."»
Sal 84: R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Ef 1,3-14: Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos.
Mc 6,7-13: llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Al hombre de rebaños y cultivos, ¿qué más se le podrá exigir que cumplir con la lana, la leche, la carne y la cosecha a su tiempo? Perito en lo suyo, ¿qué le importa todo lo demás? Y a los demás, ¿qué le importa que no cumpla con lo que no se le pidió? Así se hallaría Amós, el pastor y cultivador de higos, hasta que Dios le propuso otro oficio: el de profeta. No lo acreditaba su arte, su estirpe, su trabajo, sino solo la llamada de Dios, que lo mandó a que profetizase al pueblo de Dios en el reino de Israel, al norte de Palestina, prediciendo su ruina inminente por no haber sido fieles al Señor.
En su nueva tarea se topa con el sacerdote de “Casa de Dios” un santuario principal del país, quien le aconseja que vaya al sur, donde se encontrará más seguro y tranquilo, y donde no molestará como lo está haciendo en aquel territorio. El hombre acreditado religiosamente por su oficio se enfrenta al rudo imperito que se sabe, sin embargo, legitimado por la misión que Dios le ha encomendado. No va a desistir de sus planes, porque es Dios quien le envía y ha de cumplir con esa encomienda. El sacerdote prefirió la palabra amable, pero embustera a ser portador del mensaje de Dios, severo con un pueblo que se había apartado de Él. En cambio, el pastor ignorante, sin arte ni experiencia, se convierte en el genuino transmisor de la Palabra de Dios. Deja lo suyo, sin que le frene su incapacidad para una labor de estas características y hace lo que su Señor le pide.
La misericordia de Dios nos llega por cauces dispares. El banquete de lo Alto se ofrece en alimento de misericordia y justicia, que habrán de nutrir la tierra humana si se los acoge con fidelidad, con aceptación confiada en la intervención eficaz y poderosa de Dios. El salmo 84 informa del anuncio de los bienes divinos, y estos nos llegan por medios muy diferentes. Por personas incluso insospechadas (que algunas veces son solo cultivadores de higos, como Amós).
Esta fidelidad se resuelve en la adhesión a Jesucristo, como principio y fin de la creación, origen y culminación de las aspiraciones humanas, en quien se nutren y encumbran todas las aspiraciones del hombre. La amistad con Él pone en contacto con las raíces y la plenitud. No le hizo falta explicarles a sus apóstoles sobre el contenido del mensaje que tenían que predicar allá donde les había mandado. No tenían que hablar más de lo que habían visto y oído. Sus instrucciones miran hacia lo que pueden o no llevar y a su actitud con la invitación de quienes los hospeden.
Su cometido no consiste en alterar la realidad de cada hogar, menos aún ofrecer la salvación, sino sembrar gérmenes de esperanza por el Señor y su Reino, que están llegando. La autoridad frente a los demonios, tan destacada en este episodio, parece apuntar hacia la soberanía y victoria de Dios sobre, precisamente, aquello que atenaza y empuja hacia la esclavitud y la desesperanza. Estos apóstoles están también capacitados para imprimir vigor renovado en el cuerpo deteriorado, sanando en las enfermedades. Auguran un nuevo orden, el que trae Aquel que los envió.
Poco aventajaban, seguramente, en destreza y conocimientos estos apóstoles al profeta Amós, pero tenían consigo la Palabra de Dios hecha carne y una llamada (compartida con el profeta) para predicar esa misma Palabra, lo que habían visto y oído, lo que habían vivido con Jesús de Nazaret. De dos en dos, como exigía la credibilidad de un testimonio escuchado, para el que se requerían dos testigos. No solo aportarán veracidad sobre uno mismo, sino que cada uno hablará del Maestro con experiencia de matices diversos, enriquecedores. ¿Qué ojos que lo vieron y oídos que lo escucharon podrán dar testimonio completo, íntegro y exclusivo?
La inexperiencia no es objeción para el profeta, ni los inconvenientes de su oficio. Su fidelidad a la Palabra le basta. Por mucho experto que se oponga a su tarea de mensajero divino, tendrá el vigor de Dios para cumplir con lo que le pidió.