Gn 22,1-2.9-13.15-18: Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.
Sal 115,10.15.16-17.18-19: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida
Rm 8,31b-34: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
Mc 9,2-10: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo”.
A la hora de hacer camino, mejor con una buena compañía. Qué bien si podemos elegir compañero. Y si, puestos a elegir, podemos quedarnos con Dios, ¡miel sobre hojuelas! Esto no excepcional, sino absolutamente cotidiano, aunque con un pequeño matiz, es Dios el que te escoge a ti para andar.
Podría parecer una actitud de predominio o de imposición. La decisión de tener contigo a Dios en ese itinerario implica que Él elija el destino (y no siempre coincide con lo que pretendías), que Él te tome de la mano y te guíe, y que te haga pasar por tramos especialmente ásperos y desagradables. No parecen a simple vista unas condiciones muy halagüeñas. Pero, si se acepta la invitación a compartir andadura, es por una razón predominante: la confianza en Él, la certeza de que Él sabe, porque Él quiere lo mejor, porque, sencillamente, te quiere.
Las historias de algunos de sus amigos son ilustradoras. Abrahán recibió la invitación para andar con promesa de descendencia y de tierra. Y anduvo. Dios lo tomó de la mano y lo llevó a una nueva tierra y le dio un hijo. Sin embargo, no se detuvo con esto, sino que Dios lo siguió guiando, más allá de la nueva patria y de su recién estrenada paternidad hacia una meta de más calado. El nuevo camino exigía prescindir del hijo tan deseado, tan esperado, tan amado. A veces parece que Dios te hace desandar lo ya caminado. Sin saber seguramente el porqué de esta petición, Abrahán continuó agarrado a la mano de su Señor, aunque esto suponía renunciar a lo más querido para él, y sus pasos, siguiendo los de Dios, tuvieron que enfrentarse con una costosa pendiente hasta que llegó a una cumbre. La cima de aquel itinerario fue la de la fe en Dios en carne viva, la confianza, aunque faltasen motivos para entender lo que Él pedía y por dónde lo llevaba.
Otros amigos del Hijo de Dios subieron de la mano del maestro a una montaña alta. Allí su amigo apareció con una presencia gloriosa, como de resucitado, como antes no lo habían visto. Les enseñó la amistad que tenía con otros amigos de Dios que habían elegido hacer camino juntos, de la mano del mismo que condujo a Abrahán: uno, Moisés, para sacar de la esclavitud de Egipto y conducir a su pueblo a la libertad de la Tierra prometida; otro, Elías, para mostrarle al pueblo Dios vivo del que se habían apartado y pedir su confianza en Él (cuando uno se suelta de la mano de Dios en su camino, se busca otros compañeros que lo suplan). Y entonces el Dios de Abrahán y de Moisés y de Elías, el Señor de todo hombre pidió que se soltasen de la mano de su Hijo, Jesucristo, que lo escuchasen. Nadie podría tener amistad con Dios, sin tener a su lado a su Hijo. Aquel momento les supo a gloria, aunque tuvieron que volver de nuevo a lo llano. No se acaba aquí el camino, sino que continúa con una nueva pendiente que llevaría al Amigo a su pasión y su cruz y a su mayor altura, la de dar la vida por todos en la cruz y resucitar al tercer día. Fue un momento en que casi todos sus compañeros de camino se soltaron de su mano por no entender y por miedo.
Habiendo aprendido de tantos amigos del Maestro, habiéndolo experimentado tan sabio y tan certero en tu propio camino: ¿Quién o qué habrá más convincente para tu travesía? ¿Quién te podrá apartar de Aquel en quien has puesto tu confianza? Mirando tus manos descubrirás que se ajustan a la perfección a sus manos y que no hay alegría comparable a la de hacer camino juntos, aunque a veces cueste.