DOMINGO XXX DEL T. ORDINARIO (ciclo C). 26 de noviembre de 2025

Eclo 35, 12-14. 16-19a: El Señor escucha la oración el oprimido.

Sal 33: El afligido invocó al Señor y Él lo escuchó.

2Tim 4, 6-8. 16-18: El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas.

Lc 18, 9-14: El que se humilla será enaltecido.

            Cuando el corazón agobiado, agotado, encogido… busca consuelo, qué suerte tienen los creyentes de poder encontrarlo en su Dios. A más fe, menos necesidad de apuros para dirigirse al Altísimo, sino que lo hará natural y cotidianamente, en bonanza y en adversidad. Pero el corazón puede agotarse si solo habla él, la relación con el Señor pide diálogo. ¿Nos hablará a nosotros? No deja de hacerlo, solo hace falta allanar el camino para aprender a escucharlo y la parábola de Jesús de este domingo nos lo enseña.

            Este pequeño cuento del Maestro nos habla de un hombre religioso y fiel a las leyes judías, un fariseo, que se acercó al templo a orar. Tiene preparado su discurso y lo que le tiene que decir a Dios. Está muy bien articulado, tanto que no le deja a Dios decir nada. De alguna forma pretende, únicamente, que el Señor ratifique como correcto todo eso y le confirme a él que lo está haciendo bien. Pero, ni siquiera sucede esto, vuelve a casa sin haber conversado realmente con Dios, solo ha hablado consigo mismo. Por otra parte, otro creyente con una vida que puede dejar mucho que desear a los ojos de los demás, busca en el Señor una salida a su situación: observa su pecado y se siente arrepentido, le pide a Dios que actúe, que tenga piedad de Él. Abre un diálogo donde él expone sus miserias, sus preocupaciones y le deja abierta la puerta a Dios para que actúe. Este volvió a su casa con el tesoro de la repuesta del cielo: Dios le ha dado lo que pedía, su perdón.

            Los momentos de mayor desprotección, cuando una persona queda maltratada por la injusticia, son los más propicios para confiar en el Señor abriéndose al diálogo con Él. Vacío de explicaciones, de razones… el que sufre mira al cielo buscando una palabra de consuelo, de cercanía y esperanza. El sufrimiento acerca al misterio de la maldad y la misericordia de Dios, que solo se desvela en Jesucristo muerto y resucitado. Dios no dejará de acompañar a quien sufre y de hacerles justicia. Qué fácil al interrogante suscitado con la injusticia dar respuesta con rabia, ira, rencor, ánimo de venganza. Pero entonces se le hace callar a Dios, que habla de paciencia, mansedumbre, fortaleza, perdón y consuela con su presencia.

            Aunque la mayor tragedia que nos puede suceder es el pecado. Habrá acontecimientos desafortunados en nuestras vidas, pero ninguno tan oscuro como el hacernos daño libremente, deteriorando nuestra relación con Dios y con las otras personas. Y qué inmenso regalo contar con un perdón tan accesible. No es cosa de poco contar con un perdón tan accesible, tan sencillo. El reconocimiento de nuestra torpeza, porque pecamos con frecuencia, nos permite el diálogo con el Señor, porque, al hacerlo con humildad, nos vemos obligados a callar y a esperar que Dios nos rescate de nuestra oscuridad. En esta conversación encuentra el corazón consuelo y fuerza y el amor necesario para levantarse, comprometerse a amar y no soltar la mano del que le ha perdonado.

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