Todos los JUEVES de 19.30 a 20.30
Todos los DOMINGOS de 19.00 a 19.30
Todas las MAÑANAS de 9.30 a 13.00
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos hoy nuestro pan de cada día, perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en tentación”»
Si quieres orar y estar junto a Jesús lo puedes hacer...
Todos los VIERNES a las 20:00 horas.
En la Parroquia de SANTA MARÍA la Mayor.
Gn 18,1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo.
Sa 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
Col 1, 24-28: Nosotros anunciamos a ese Cristo.
Lc 10,38-42: María, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
El asiento nos ofrece una perspectiva singular para observar el mundo. No es solo el lugar de los que están cansados, sino del de los que quieren recuperar fuerzas sabiendo que se van a volver a cansar.
Abrahán estaba sentado a la puerta de la tienda. Como en el umbral, con la posición de quien puede mirar hacia lo interno, lo doméstico, y hacia lo exterior, las nuevas oportunidades y también los peligros. Humanamente ya no cabían expectativas sobre lo de dentro. Todo estaba hecho. Los hijos son quienes prolongan la casa más allá de los padres. Pero Abrahán y Sara no tenían descendencia. Si existe alguna novedad tendrá que venir de fuera. Y así fue. Tres personajes misteriosos, que la tradición cristiana identifica con la Santísima Trinidad, se acercaron hasta el hogar de Abrahán y Sara. Sucedió en lo más caluroso del día, cuando más fácilmente surge el desaliento y la desesperanza. Allí se encontraba Abrahán, sentado para escuchar, para esperar a Dios, para no dejar que el ajetreo de las ocupaciones no devoren la vida. Tiempo para la sorpresa, lo imprevisto, la meditación… para la visita de Dios. Y Este le trajo la noticia inesperada de la concepción de un hijo. El Señor actuaba ampliando el espacio de aquella casa, mientras Abrahán aguardaba contra toda esperanza, no haciendo, no llenando su tiempo con quehaceres, sino aguardando a Aquel que puede hacer lo humanamente imposible.
Mucho tiempo después en otra casa de una población cercana a donde se desarrolló el episodio de Abrahán, Marta invita a Jesús a su hogar. María pospone el bullicio de la actividad para sentarse a los pies del Señor. Había muchas cosas por hacer, ella escoge la de no hacer, la de recibir y asomarse, sentada, a las entrañas de Dios escuchando a su Hijo hablar. ¿No era Marta persona de sentarse? Sí, seguramente, y tanto o más que María. Tendría que eso mucho que ver con haber invitado al Maestro a su casa. Si contamos con que, junto con Jesús, también habrían sido recibidos discípulos suyos, la casa se habría llenado de gente y la invitación requería atenciones difíciles de abordar por una sola persona. Marta hace bien, pero Jesús orienta la queja esta sobre su hermana: María ha hecho mejor. La escucha de la Palabra, el tiempo sentados junto a nuestro Señor es la inversión más fructífera. El resto ha de manar de ahí. Antes de ponernos en pie para hacer, tenemos que haber estado mucho tiempo sentados escuchándolo. Desgraciadamente no es prioridad en la vida cristiana, absorbidos por ese afán por rellenar el tiempo y no dejar que se escape un minuto sin algo que hacer, aunque no sea más que asomarse con pasividad a lo que ofrecen la pantallas, del ramal que sea. De fondo parece subyacer la sensación de que sentarse a los pies del Señor es como perder el tiempo, no invertirlo bien, desaprovecharlo, y esto contrasta con la conciencia más o menos culpable de dedicar poco tiempo a Dios.
El verano da mucho de sí. Puede ser una oportunidad para “malgastar” el tiempo sentándonos a los pies de Jesús y dejar que Él haga en nosotros, mientras nosotros nos dejamos hacer. Veríamos, sin duda, cuánto fruto y cuánto obra el Espíritu de Dios a través de nosotros. ¿Y si viviésemos el asiento como el lugar desde donde ahondar en la esencia de nuestra historia, donde nos interrogamos, dejamos reposar, descansamos en el Señor y descansamos de nosotros mismos? Solo desde aquí pueden entenderse las palabras de Pablo, alegre por sus sufrimientos por los fieles encomendados. El sufrimiento en Cristo nos convierte en pacientes, actores que obran asidos a la Cruz del Señor, mientras dejamos que el Espíritu y no nuestros proyectos, haga y transforme la humanidad.