Ciclo B

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO XV DEL T. ORDINARIO (ciclo C). 13 de julio de 2025

Is 66,10-14: “Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz”.

Sal 65: Aclamad al Señor, tierra entera.

Gal 6, 14‑18: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Lc 10, 1‑12. 17‑20: “¡Poneos en camino!”

            Cuatro vidas confluyen en una de las parábolas más conocidas de Jesús. La primera es la del hombre que es asaltado y apaleado por los bandidos, en torno al cual se va a construir la trama. La dos siguientes la de los hombres religiosos, sacerdote y levita, que se topan en su camino con el hombre moribundo, pero lo esquivan para continuar con lo suyo. La cuarta es la del samaritano que se compadece, se detiene, invierte tiempo y recursos y se lleva a la persona malherida para asistirlo y dejarlo en buenas manos.

            La vida del hombre medio muerto corre peligro y solo la intervención de otra persona podrá salvarlo. ¿Quién estará dispuesto a hacer lo posible para que su historia no se acabe? El sacerdote y el levita no tienen en cuenta esto, sino la historia propia, que se ve interrumpida por un sujeto que puede complicársela. Entre ellos y el hombre necesitado interponen una barrera elevada con criterios subjetivos: no me apetece, me da asco, me pone nervioso, me intranquiliza, me molesta, me perturba, me quita tiempo, me mancha… Cualquiera de ellos puede ser suficiente como justificación para no enfrentarse con la realidad que tienen delante, que relativizan para dar más importancia a otros asuntos. La subjetividad, que está ahí y delata nuestro mundo interior, puede sobreponerse ante la objetividad que viene de Dios y que se concreta en el amor: asumir la realidad sin evasivas, ser transparente en nuestras intenciones y buscar el bien.

Esa subjetividad provoca una valoración de los hechos y de las relaciones con las personas cuya reacción mueve a la huida, a la evitación del enfrentamiento y desistir de cualquier complicación. El sujeto que podría actuar, ha desistido de la realidad y su historia se desvanece, porque no se amarró como debía a la historia de otro, que, en este caso, lo necesitaba. Queriendo vivir mejor, acorta, sin embargo su vida, porque la vacía de sentido.

            El samaritano se mueve por algo objetivo. Aborda lo que hay, lo real, desde la bondad. No hace un pronóstico sobre lo que le puede suceder; deja atrás reparos, ideologías, prejuicios y acude adonde debe y como debe. Se produce algo maravilloso: alarga la vida del hombre que está a punto de morir, y alarga la suya propia, cuya historia adquiere una densidad, una riqueza, una altura al modo de Dios.

            El Señor dejó escrita en nuestro corazón su Ley, para tener acceso a ella libre, facilísimo, cotidiano. La dejó escrita en las Sagradas Escrituras, para que fuéramos conscientes de que está con nosotros, de su importancia, de su necesidad. Pero, al haber sido creados conforme a Cristo muerto y resucitado, todas las leyes naturales alcanzar su esplendor y sentido en la entrega por amor, el sacrificio por los otros. Solo aquí nuestra historia tiene peso y nuestro camino un rumbo seguro. El Padre, por amor a Jesucristo, al cual estamos absolutamente vinculados, alarga nuestras vidas hacia la eternidad, en la medida en que nos ama y nosotros nos dejamos amar amando a quien se encuentra en nuestro camino.

            Cuando el maestro de la Ley le pregunta a Jesús, parece no tener problemas en reconocer cómo amar a Dios; lo que le suscita dudas es saber quién es su prójimo. Qué peligro (de ahí el ejemplo del sacerdote y el levita), pensar que el amor a Dios puede estar desvinculado del amor al hermano.