Mc 16,1-7: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis.
Con la expiración, comienza a trotar la muerte por el cuerpo inerte iniciando la descomposición del cadáver. No se puede correr más que la muerte, acaso paliar o disfrazar sus secuelas solo por un tiempo.
A aquellas mujeres les llegó encima, demasiado pronto, el día consagrado para el descanso. El tiempo les dio lo suficiente para preparar en lo básico el cuerpo del Señor y enterrarlo. Debían regresar lo antes posible. Si no lo hicieron antes se debió a que era Sabbat; si no partieron nada más terminar el Sabbat es porque estaba oscuro y en la noche se trabaja si tino, a tientas. Lo tuvieron que dejar para el tercer día, el primero de la semana. Y a poco que comenzaba a clarear la mañana se pusieron en camino hacia la tumba. Demasiada espera por una razón y por otra para llegar al cuerpo del Señor. Esperaban encontrarlo tal y como lo dejaron, como a medio amortajar. Había prisas por terminar lo comenzado, para honrar el cadáver y embadurnarlo de ungüentos para ralentizar su descomposición. Extraña costumbre la de retener los efectos de la muerte sin poder detener a la muerta misma. Y tuvieron que esperar a que la Ley de la Torah y la ley de la naturaleza lo permitieran.
Las prisas humanas se topan con estos contratiempos y no les cabe más que esperar. No sabían que en sus espera se cumplían las Escrituras. Dios escribe lento, pero seguro. Cada letra y tilde de la Ley tiene su cumplimiento en lo relativo al Hijo de Dios hecho carne. Pero el ritmo de la carne humana no es la del Espíritu de Dios, que dice y se hace. A la carne le cuesta más hacerse a Dios, a vivir como en eternidad. Resucitó el Padre la carne del Hijo y en ella comenzó a resucitarnos a todos sus hijos; cuánto nos cuesta todavía creer en la Resurrección, vivir como resucitados.
Como había anunciado, esperaría en Galilea. Donde la morada de buena parte de sus apóstoles, donde sus oficios y su elección para una nueva pesca, donde mucha de su predicación y milagros, donde su propia casa junto a sus padres, María y a José. La Resurrección tendrá allí, según el relato de Marcos, su publicidad frente al colegio apostólico, columnas de la Iglesia. Volviendo al lugar del tiempo anterior en su cotidianidad, regresan a sus tierra, pero no a lo mismo. El tiempo del quehacer cotidiano queda atravesado por la presencia del resucitado y cada jornada les sabrá a gloria, a camino hacia la resurrección; gustarán la victoria sobre la muerte, viendo lo que antes no veían, centrando la historia en el Señor glorioso. El pecado y el mal que arrastra queda acobardado por el derroche de amor regalado por Dios. El tiempo denso y espeso a consecuencia de la maldad humana, comienza a desperezarse animado, por la esperanza de la novedad de la resurrección de Cristo.