Jer 31,31-34: Haré una alianza nueva.
Sal 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Heb 5,7-9: Aprendió, sufriendo, a obedecer.
Jn 12,20-33: “Quisiéramos ver a Jesús”.
Los griegos prendieron la mecha y Jesús elevó un cohete desde la tierra hacia el cielo, muy alto, que volvió de nuevo a la tierra sin perder nada de su fuerza. ¿De dónde les vino el interés por el Maestro? Habrían oído hablar de Él o se sintieron interpelados por el modo de vivir de sus discípulos. En todo caso, fueron otros lo que les contaron, fuera con palabras fuera con su forma de vida.
¿Hasta cuándo les duró el interés por Jesús? El deseo profundo por el conocimiento ha sido suplantado por la curiosidad. El saber exige paciencia, continuidad, ciertas dosis de frustración y está reñida con esa disposición para devorar información inmediatamente, más respondiendo a unos intereses como instintivos, que, propiamente, a aquello que realmente es provechoso. Esto provoca precipitación y dispersión. “Temo al hombre de un solo libro”, decía un proverbio antiguo: es un gran rival, quería decir, la persona que está centrada y no dispersa.
No responde directamente Jesús al requerimiento para que lo conozca esos griegos. Arranca desde lo más deslucido de su mensaje, que es su propia vida y, precisamente, lo más crucial: la entrega, el despojamiento, la humildad extrema, la cruz. Y une cruz a gloria, entrega de sí a la máxima elevación.
El sufrimiento en la vida de Cristo no es un elemento circunstancial ni provocado solo por el pecado humano, sino el itinerario necesario para ir aprendiendo en obediencia, que va ejerciendo en su vida y que lo llevará a cumplir la voluntad del Padre hasta configurar en ella su propia voluntad. Ha de saber el que quiere seguir a Cristo, lo recio y exigente de esta vida.
Para darlo a conocer, recordarlo, acompañar en el itinerario de entrega, al modo de Cristo, los sacerdotes hacen también una entrega de vida para servir mejor en esta tarea de enseñar, guiar y celebrar.
Nuestra oración ha de tenerlos presentes, pidiendo a Dios que los jóvenes llamados a este ministerio, sean decididos, valientes y entregados, para ofrecerse a Dios y a su misión en Cristo.