Is 53,10-11: Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Sal 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hb 4,14-16: No tenemos un sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades.
Mc 10,35-45: ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
Un elenco de lecturas tan explícitamente vinculadas a la pasión y muerte del Señor para este domingo puede llamar la atención. Esperamos esta temática en el entorno de la Semana Santa y su preparación; ahora viene como a traspiés. Primero hay que aclarar que el año litúrgico rememora a lo largo de cada uno de sus días el misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Aunque, cierto, también existen tiempos especiales donde se acentúa algún aspecto de este misterio del amor de Dios por los hombres en la carne de Jesús hecho humano, despreciado y glorificado. Por otra parte también nos acercamos al final de este año litúrgico que tendrá su broche de gala con la fiesta solemne de Jesucristo rey del Universo. Si la liturgia atiende hoy en sus lecturas a su pasión, anticipa cuál es el tipo de realeza con el que nos vamos a encontrar en el Señor de cielos y tierra, y qué exigencias les esperan a sus discípulos, los cristianos.
El episodio, con esa petición de algo elevado por parte de dos discípulos y la respuesta de Jesús inclina a recordar al hombre rico del evangelio del domingo pasado. Podemos trazar un paralelo entre ambas escenas: Petición: heredar la vida eterna - un buen puesto en el Reino de los cielos. Repuesta: vender lo que tiene, dar su dinero a los pobres y seguirlo – beber su cáliz y se bautizado con su bautismo (habla de su pasión y su muerte). Reacción de quienes preguntaban: ceño fruncido y marcha – aceptación de la pasión de Cristo (aunque todavía no se hagan una idea de lo que significa). Reacción de los discípulos espectadores: sorpresa, “¿quién puede salvarse?” – indignación contra esos dos discípulos pretenciosos.
La lectura de este domingo supone un ascenso de nivel: ya no se trata de heredar la vida eterna, como en la pregunta del judío cumplidor con tantos bienes, sino de tener un puesto privilegiado en esa vida eterna. La cuestión de estos dos apóstoles entusiastas, partía de lo observado en las jerarquías políticas de la época. Parece, por ello, un tanto ingenua la pregunta, aunque puede ocultar un talante pretencioso y de medra, como se observa en la reacción de sus compañeros. No les corrige inicialmente Jesús a los primeros, sino que les hace mirar más alto. Ante el enfado del resto ya sí interviene con severidad, aunque volviendo a indicar hacia lo más alto: el servicio. El que quiera importancia, ha de aprender a ser tan importante como Él por el camino que abre Él, el servicio. Servir es colaborar con el primer servidor, que es el Señor, lo que lleva a aprender muy bien de su vida, compartiendo y dialogando mucho con Él; implica atención a las necesidades de los demás; priorizar el anuncio del Evangelio sobre las propias expectativas; exige sensibilidad hacia los sentimientos de los demás y la disponibilidad para ofrecerle lo más precioso, al mismo Cristo.
¿Habrá verdadera capacitación para el servicio sin un encuentro con Cristo azotado y crucificado? No parece que pueda ser así, porque el servidor cualificado es el que se desgasta, de algún modo “muere”, para que otros conozcan y tengan vida. El que se enamora profundamente de Cristo servidor en el trance más radical, el de la cruz. Y descubrir esto provoca el deseo de ese puesto, como el más codiciado, junto al Señor crucificado, en otra cruz diminutiva, pero junto al Señor, como el Señor.