Sb 2,12.17-20: Se dijeron los impíos: “Acechemos al justo”.
Sal 53,3-4.5.6 y 8: El Señor sostiene mi vida.
St 3,16–4,3): Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males.
Mc 9,30-37: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
“Se dijeron los impíos: “Acechemos al justo”…”: cuánto hablan los impíos y qué inquina le tienen a los justos. Habría que aclarar quiénes son estos impíos. Según el libro de la Sabiduría son lo que no creen en Dios, los que niegan que haya vida después de la muerte, se proponen vivir y viven buscando solo los placeres, no respetan a la persona, confían en la fuerza como único criterio de acción y persiguen al justo; han hecho un pacto con la muerte y la muerte los posee (cf. Sb 1,16). Merece la pena destacar la relación de los impíos con la injusticia y con la muerte. Se quejan de que se les incomode, de que haya oposición a sus acciones y se les reprenda por sus maldades. ¿Quién les hace frente? El justo. El que ajusta sus acciones a la voluntad de Dios, el que ama la vida, el que cree en la vida eterna. El verdadero justo o pío, movido por un profundo amor por la vida, no se puede mostrar indiferente ante el impío: primero, porque la injusticia desordena el mundo y hiere profundamente a los hombres, promociona la desigualdad, legitima el abuso y la maldad, se rige por el poder del más fuerte; segundo, porque quiere el bien de todos y que también el injusto goce de la vida.
La posición del justo no es fácil: tiene que buscar una vida íntegra en un ambiente donde se favorece la injusticia; ha de enfrentarse con la maldad y eso implica tener que reprender a los que obran mal; ha de sufrir la oposición agresiva y despreciativa de aquellos a los que se opone. No le quedan muchas alternativas, porque si decide callar, su silencio es aliado de los crímenes y tropelías de los otros, que van a dañar especialmente a los débiles. Y tampoco pueden emplear los mismos instrumentos que ellos para combatirlos. Por eso, la única fuerza eficaz con la que cuentan es Dios. Él pone sabiduría en su corazón para hacer frente a la maldad, aunque no lo hace inmune al sufrimiento. Las palabras y los actos del impío lo golpean provocándole daño, lo zarandean incordiándolo y causándole mucho malestar y dolor. ¿Cómo actúa Dios? Aparentemente con pasividad. Sin embargo sí obra, de un modo sutil y con un poder sublime. Le concede al justo su sabiduría para hacerlo fuerte y no ceder ante la maldad participando de ella o guardando silencio ante la injusticia. Esta sabiduría le da capacidad para la paciencia, la templanza, el perdón y la perseverancia. Más aún, lo une a la pasión de Jesucristo, el príncipe de la Justicia, el único Justo. Se va produciendo entonces un prodigio misterioso: la actitud del justo contrarresta todos los atropellos de sus rivales y abre brechas para que llegue al mundo la justicia divina, para su transformación como amigo del Justo, para la conversión del malo. Se convierte en un servidor de la justicia, en un trabajador de la bondad de Dios, en un constructor de la paz. El mal seduce o asusta; Dios enamora y da valentía. La cruz de Cristo es la medida del amor, la desmedida del amor de Dios, y proporciona el armamento con el que el bueno luche por la justicia más allá de sus fuerzas, más allá de sus miedos, más allá de los ultrajes que le sobrevengan. La carta de Santiago resume así el triunfo de los justos: “Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia”. Habla a una comunidad cristiana, porque, sorprendentemente, entre los cristianos no faltan las impiedades y las injusticias. Él dice que esto se debe a querer satisfacer nuestras pasiones; no lo conseguimos, aunque lo pedimos, porque pedimos mal. Es decir, estamos acudiendo a Dios para que ayude a nuestros intereses, que en realidad son desintereses, porque agotan a la persona en cosas en las que busca felicidad y paz, y solo provocan más inquietud. Pedir bien es esperar su justicia, su alegría, su verdad. Y esto pasa por el trazo de la cruz, del servicio, de la búsqueda de aquello que realmente hace bien a todos, de la justicia… digan lo que digan los impíos.