Hch 6,1-7: No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas.
Sal 32,1-2.4-5.18-19: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
1Pe 2,4-9: sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa
Jn 14,1-12: Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.
Viniste, Señor, y no comprendíamos el motivo de tus pasos. Hará falta espera paciente para contemplar el trayecto completo. Andabas al principio entre abrazos y caricias al Padre; Él iba hacia Ti y Tú hacia Él, sin que la distancia aumentara ni disminuyera, eternamente íntimos y eternamente distintos, Él Padre y Tú Hijo. Os hemos conocido así, porque Tú nos lo contaste, porque las cosas de familia solo pueden saberlas aquellos a quienes se les abren las puertas de la casa. Y, conocida tu casa, nos sedujo, nos encantó, nos entusiasmó… y ya no pretendimos otra morada cuando nos invitaste a ella. Como hacen los padres invitación a los amigos de sus hijos, para que entren y jueguen juntos y juntos se sientan a la mesa… así también tu Padre quiso que nos invitaras. Te mandó primero a buscarnos a nosotros, tus amigos. Te ofreciste como amigo a todos, y así te encontramos viniendo a este mundo; mejor, nos encontraste Tú. Te quisimos y te desquisimos, te seguimos y te abandonamos, te reconocimos como Vida y te matamos y te olvidamos y volviste a encontrarnos resucitado. Y has vuelto al Padre para llevarnos un día a vuestra casa, no como huéspedes, sino como amigos, más aún, como hermanos tuyos e hijos suyos.
Viéndote caminando del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, te hemos comprendido a ti como camino, que es verdad y es vida. Por lo tanto entendemos que pides movimiento en nuestros corazones para que se acerquen más y más a tu Padre y a tu casa, y que eres ajeno a la mentira y a la muerte, Tú, que eres Camino y Verdad y Vida. Tanto nos has hablado de tu Padre que solo será desconocido para quien no quiera oírte. Tan bien has cumplido con el encargo de tu Padre, que viéndote a ti, lo vemos a Él, escuchándote, lo escuchamos. Nuestro corazón se ha pacificado con tu presencia y ha olvidado todo motivo para turbarse. Cuando asoma cualquier inquietud basta con estrecharte la mano más fuerte, recordando que no nos has soltado y sentir en tu carne la mano del Padre. ¡Qué bien suena nuestro nombre en tus labios! Pronunciando Tú, habla el Padre.
Tú que eres Camino, Verdad y Vida, haces que todo el que camine en Ti, tenga a cada paso un manojo florido de delicias de Dios, pues vas derramando miles de gracias en el caminante. Lo mueves a que busque la Verdad, que no es otra que vuestro amor de Padre e Hijo en el Espíritu, compartido con nosotros para que sepamos quién eres y quiénes somos, y qué buscas de nosotros Tú, que comienzas la mañana impregnado de rocío en el zaguán de nuestra casa para invitarnos a la tuya. ¿Por qué insistes tanto en que nos sentemos a tu mesa, amigo de la Vida? ¿Es que no puedes moderar tu alegría con el Padre y siempre encuentras motivos para comunicarla? Si hoy no te abro y no te digo ven, ni voy, no te vayas, amigo, que es que no te conocí lo suficiente ni a tu Padre ni la Vida que nos prometéis. Que pueda tener con los otros la paciencia que Tú tienes conmigo y compartir el gozo de que cada día vuelves a mi puerta para ser Camino, Verdad y Vida.