Ez 37,12-14: “Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros”.
Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8: Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa.
Rm 8,8-11: El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Jn 11,1-45: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”.
De los amigos se espera una compañía oportuna. No hay necesidad de su presencia perpetua, pero sí donde hay algo especial que compartir, sonrisa o lágrima. Allí es donde se acrisola la calidad de la amistad, en la palabra o el silencio, pero estando oportunamente, acompañando cuando hace falta.
La casa de Betania donde vivían Marta, María y Lázaro, tres hermanos, era un hogar frecuentado por el Maestro. Las noticias que nos dejan los evangelios sobre estas visitas indican que había una especial relación de Jesús con ellos y no esporádica. La amistad es una fraternidad de elección; Jesús los eligió para un trato muy cercano e íntimo y ellos lo eligieron como amigo. Se abrieron sus casas compartiendo sus corazones con la potestad de entrar y salir con libertad. Cristo encontró en la casa de aquellos hermanos una acogida entrañable y ellos en Él un refugio sorprendente, pero más que humano. Esto marcaba una importante diferencia. La amistad con el Hijo de Dios lleva a nuevos vínculos y esperanzas, más de lo que cabe esperar de un amigo.
No estuvo cuando se le esperaba. Él demoró conscientemente su visita y el amigo murió. Lázaro, tan hermano de Marta y María como de Jesús, por su amistad, murió. Y Él no estuvo allí. La amistad proporciona privilegios, porque el amigo pone a disposición preferente sus cualidades, sus posesiones. El que había hecho ver a ciegos, andar a paralíticos, curado enfermos, expulsado demonios tenía deberes de amigo para quienes tanto lo querían. Pero no estuvo acompañando en la enfermedad ni el momento de la muerte. Sin embargo, no descuidó su amistad, ni siquiera se descuidó en el auxilio; llegó cuando tenía que llegar y superó en prodigio todo cuanto había obrado anteriormente en sus milagros. Ese tiempo de soledad en que el Amigo se ausenta, va a disponer el terreno para consolidar la amistad en un rango diferente: el reconocimiento de Jesucristo como el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo, nuestro Señor, el que tiene potestad sobre la muerte. No estuvo cuando se le esperaba, y se hizo presente cuando su presencia no parecía ya tan necesaria. Este Amigo no viene solo a consolar ni a acompañar tristezas, sino a actuar con eficacia resolviendo la situación con un milagro de vida.
El relato del profeta Ezequiel recuerda al Dios de Israel como el Señor de la vida, que no solo la da, sino que la sostiene y la renueva allí donde hay peligro de muerte: de pecado, de oscuridad, de desesperanza. El Señor nos ha dado su Espíritu para entablar amistad con Él, y tenerlo por más que Amigo; para que, por Él, podamos llamar a Dios “Padre” y saberlo origen y protector de la Vida. ¿Cómo esperamos que este Señor y Amigo se acerque a nosotros y cuide de nuestra vida? Posiblemente no faltarán decepciones y donde esperábamos que actuase… se ausentó. La confianza en el Amigo, y más que amigo, el Hijo de Dios Salvador, aumenta nuestra esperanza en Él y la transforma, con la seguridad de que su actuación será en el momento oportuno y que, más aún, ya está actuando. El milagro que devolvió la vida a Lázaro no es propiamente una resurrección. Lázaro volvió a la vida, pero igualmente sujeta a la enfermedad y la muerte. Anticipa el milagro definitivo: la Resurrección del Amigo e Hijo de Dios, cuyo cuerpo ya no puede morir más, es vida gloriosa para siempre. Hacia allí miramos y esperamos sus amigos.
Nos acercamos a la celebración de la pasión y muerte de Cristo. Somos ahora nosotros los que debemos afrontar la muerte del Amigo. Nos estamos preparando para ello de un modo más intenso a lo largo de esta Cuaresma. ¿Dónde nos situaremos? ¿Cuándo, de qué manera llegaremos al Calvario y al sepulcro? La memoria de tantos encuentros como ha tenido Él con nosotros y cuánta maravilla ha causado en nuestra vida nos motivará para estar con Él desde la entrada triunfante en Jerusalén el Domingo de Ramos hasta el encuentro con el Resucitado como verdaderos amigos… y más que amigos.