Terminos de uso

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

Terminos de uso

LIturgia

Tiempo Ordinario

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TIEMPO   ORDINARIO

Tempus per Annum

 

Presencia del Señor Jesús en nuestro contínuo peregrinar.

 

      Al concluir el Tiempo de la Navidad y Pascua, se extiende el Tiempo Ordinario en dos momentos distintos. Las Normas Universales del Año Litúrgico se refiere que “además de los tiempos que tienen carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de su plenitud, principalmente los domingos”. El Tiempo Ordinario o “durante el año” es llamado como tiempo “débil” o “menor”, resaltando el Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua como los tiempos “fuertes”. Al Tiempo Ordinario T-Ordinario3también se le llama “tiempo durante el año”, en latín “tempus per annum”, y popularmente se le llama “domingos verdes”. Es el tiempo más antiguo en la organización del Año cristiano ocupando la mayor parte del año en cuanto a las cincuenta dos semanas. El Tiempo Ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes antes de Cuaresma, inclusive; para comenzar de nuevo el lunes después del domingo de Pentecostés, terminando antes de las primeras Vísperas del domingo I de Adviento.

         El “Tempus per annum” nos ayuda a vivir en plenitud el misterio de Cristo. Es el tiempo que pone en primacia el domingo cristiano ayudándonos a descubrir cual es el sentido de la misión pública de Jesús y como ésta misión nos interpela en nuestras vidas enfocadas hacia el último fin propio que es la salvación.

 

        T-Ordinario4Dentro de la estructura litúrgica de este Tiempo cabe decir que este calendario, con la orientación de la Iglesia en los leccionarios de la misa, la distribución de la Liturgia de las Horas, como el santoral propio de santos, mártires y fiestas dedicadas a la Virgen María; resaltan con primordialidad el sentido pleno de un tiempo en el que Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo. El Tiempo Ordinario es el tiempo normal considerado como Kairos de salvación en el que solo cobra un relieve especial el día del Señor, el domingo.

HISTORIA

          Dentro de la iglesia apostólica, Pablo es el primer testigo de una desmitización de los tiempos sagrados, para volver a un tiempo ordinario, el tiempo normal, que es Kairos (momento) de salvación y en el que sólo parece que cobra un relieve especial el día del Señor, es decir, el domingo. Bien lo dice así a modo de exhortación a la comunidad cristiana de los Gálatas cuando les dice lo siguiente: “Andáis observando los días, los meses, las estaciones, los años” (Gal 4, 10). Y por otro lado a los Colosenses lo refiere así: “Que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito de fiestas, de novilunios o sábados” (Col 2, 16). El rito o el aspecto sobrio de las celebraciones litúrgicas cristianas, contrastaba sobre todo con la exuberancia religiosidad propiamente pagana, e incluso éstos mismos, es decir los paganos, se escandalizaban por que los cristianos eran en cuanto a las prácticas rituales, muy poco excesivos. Cierto es que aT-Ordinario5l principio de la historia del cristianismo, los seguidores de Cristo, no tenían ningún sitio propiamente dicho como lugar de culto, ni templos, ni altares. Para los cristianos, toda la vida cobraba un significado de ser vida continua unida al Señor, porque el tiempo es del Señor. Cristo es quien lo llena, lo plenifica todo en el tiempo cristiano, es una fiesta continua, no hay prescripciones de ningún tipo de ley judía que gire en torno al culto o superstición pagana en la observancia de los días festivos.

          Pero, ¿como evoluciona este Tiempo Ordinario a lo largo de la historia? T-Ordinario6
Las fuentes están dichas anteriormente, en tanto en cuanto, que hemos pronunciado dos conceptos importantes relacionados entre sí: Kairos y tiempo del Señor. Referidas ambas entre sí, empieza a tener importancia dando lugar a lo que hoy viene a ser para nosotros dentro del año litúrgico, el Tiempo Ordinario.

      Vamos hacer una breve sinopsis, recogiendo las ideas más importantes y claras para tener un mediano conocimiento del desarrollo de este Tiempo a lo largo de la historia. En el siglo II, se empieza a caracterizar algunos días de la semana, como el miércoles y el viernes, como días de ayuno con una referencia a la Pasión del Señor y a su tradición. Este dato es de suma importancia que encontramos en la DIDACHÉo Didajé . Se basaba en las enseñanzas que los doce Apóstoles dejaron escrito entre los años 65 y 80 A.C. Para entenderlo mejor lo podemos considerar como el primer catecismo compuesto por dieciséis capítulos, que conocemos y que sirve como instrumento evangelizador que media entre los Apóstoles y los Padres de la iglesia, estos últimos, continuadores de los Apóstoles. Los Santos Padres con este catecismo o documento post-apostólico pudieron llegar a conocer e interpretar las enseñanzas de los Apóstoles y cuales eran las reglas de vida que los cristianos debían de saber de manera práctica. Con referencia a los días del ayuno, justamente en la Didajé capítulo VIII refiere esto de la siguiente manera: “pero no hagas que tu ayuna sea con los hipócritas, porque ellos ayunan en el segundo y quinto día de la semana”. Más bien ayuna en el cuarto y sexto día. El segundo y el quinto día para ellos lo que para nosotros es el miércoles y el viernes, empezando por el domingo como primer día de la semana.

T-Ordinario7      La semana del cristiano tiene sentido a partir del domingo, primer día de la semana y día octavo, su inicio y su culmen o fin, y se llena de la presencia del Señor en el culto ordinario de la vida, en las oraciones que se hacen en diversos momentos de la jornada, especialmente en el lucernario de la tarde y en las reuniones de oración y de catequesis, hasta que se generaliza la eucaristía cotidiana, ya atestiguada y alabada por Agustín en el siglo IV como pascua diaria de los cristianos.

          Pero con el paso del tiempo y evolucionando las leyes litúrgicas, una parte de los días de la semana van añadiendo la conmemoración de los mártires y santos, hasta ocupar prácticamente toda la semana. Es lo que conforma el martirologio romano y santoral. Esto nace y evoluciona con fuerza gracias al aumento del sentido devocional que va existiendo. Todo esto diríamos que es como un “adorno” que acompaña al día del Señor, celebrado en domingo pero que recuerda que es el viernes día de memoria de cruz, de muerte, y el sábado quedándose como el día de la Virgen María – sobretodo a partir de la Edad Media-.

       El Tiempo Ordinario poco a poco se fue completando de estos espacios oT-Ordinario8 momentos sagrados. También dentro de este Tiempo ritmado por la celebración semanal de la Pascua en los domingos y medido con frecuencia por el ritmo de la vida agrícola, se colocaron las rogativas y las témporas, que a día de hoy celebramos en el día 5 de octubre como la FIESTA DE LAS TEMPORAS DE ACCION DE GRACIAS Y DE PETICIÓN. Las rogativas, instituidas hacia el año 475 por san Mamerto obispo de Vienne en Francia, tuvieron su origen en las suplicas para que Dios alejase de su pueblo las calamidades y se dignase obtener y conservar los frutos de la tierra. Las cuatro témporas tenían también un objetivo semejante; eran semanas de oración y de acción de gracias por los frutos de la tierra y para el ofrecimiento de las primicias.

         Actualmente en el calendario del Año Litúrgico independientemente del Ciclo A, B o C, que se vaya a celebrar, el Tiempo Ordinario unifica la memoria de la presencia del Señor y la memoria de los Santos mediante la celebración de este Tiempo, teniendo como eje fundamental y propio, la celebración del sacramento de la Eucaristía y por otro lado la oración de la Liturgia de las Horas. Celebración y Oración conforman y dan vida a este Tiempo Ordinario.

         En las Normas Universales sobre el Año Litúrgico (NUAL) refiere en los números 43-44 lo siguiente: “Además de los tiempos que tienen un carácter propio, quedan 33 ó 34 semanas en el curso del año, en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos… El tiempo ordinario comienza el lunes que sigue al domingo posterior al 6 de enero y se extiende hasta el martes de Cuaresma inclusive; de nuevo comienza el lunes después del domingo de Pentecostés y termina antes de las primeras vísperas del primero domingo de Adviento”. Para nuestro entendimiento recordamos que el domingo posterior al e de enero es decir, la Epifanía del Señor, se celebra la fiesta del Bautismo del Señor. Y que el miércoles que procede a dar paso al Tiempo Cuaresmal es el Miércoles de Imposición de la ceniza.

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Navidad

NAVIDAD

Hoy nos ha nacido un Salvador,

el Mesías, el Señor.

          Cada año la comunidad cristiana, el 25 de diciembre, celebra la Natividad del Hijo de Dios, preparada por cuatro semanas de Adviento y prolongada por la octava de Navidad, hasta el 1 de enero, y el resto del Tiempo de Navidad, hasta el domingo siguiente a la Epifanía, el domingo del Bautismo del Señor.

         La palabra “Navidad” procede del vocablo latino nativitas que significa “nacimiento”. Los evangelios de Mateo y Lucas refieren el nacimiento de Jesús en Belén. Lucas añade que María dio a luz en una cuadra de animales, ya que no había sitio en la posada. En cambio, los apócrifos aportan muchos detalles que han pasado en la tradición popular: la gruta, el buey y la mula, la estrella luminosa en el portal. La fiesta de navidad o del nacimiento de Jesús se celebra el 25 de diciembre, día en que los paganos conmemoraban el nacimiento del sol invicto o sol que triunfa de las tinieblas, al considerar que la noche precedente era la más larga del año.

          Navidad es una de las fiestas religiosas más importantes de los calendarios occidentales, religiosos y civiles que marcan los ritmos laborales y festivos de medio mundo. Es una fiesta popular centrada en el niño Jesús, el belén, el árbol y los villancicos. Es fiesta familiar que reúne a los miembros dispersos e intensifica la vida hogareña. Es fiesta fraternal en la que se intercambian felicitaciones y regalos los amigos. Pero la navidad también ha adquirido un sentido comercial, por el relieve que tiene en esos días la sociedad de consumo y por la decoración e iluminación de calles y hogares. Incluso sirve de ocasión para los discursos de diversos mandatarios. Ante esta multiplicidad de direcciones, es necesario preguntarse por el sentido cristiano de la Navidad.

         La Navidad conmemora el nacimiento histórico de Jesús, es decir, celebrar el misterio e Dios hecho hombre o la manifestación del Señor en la historia. El verbo adquiere la experiencia humana de la compasión y la solidaridad. La encarnación de Jesús es “abajamiento” que termina en la muerte, inicio de su retorno glorioso al Padre.

 La Navidad nos descubre quién es Jesús y su Buena Noticia. Nos muestra la pobreza en la que se encarna Dios y nos invita a celebrarla con paz, alegría y sobriedad. Manifiesta que Dios se ha hecho en todo semejante a los hombres y ha dado a conocer la benignidad y el amor entre nosotros. Ante la grandeza del misterio de Dios encarnado, la actitud de la Iglesia y de los cristianos es de admiración, alabanza, contemplación y agradecimiento.

 HISTORIA

La celebración del Nacimiento del Señor, fiesta tan arraigada en la piedad de la Iglesia y en la religiosidad popular, muy sentida dentro de nuestra propia cultura contemporánea, aun estando tan predominada por el consumismo atroz, no es la primera fiesta cristiana, ni tampoco intenta competir por sus orígenes e importancia con la Pascua, pero sí encierra, una compleja historia, acompañada por una fuerte teología y una grandiosa espiritualidad. Dentro de estos aspectos lo que celebramos es el NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN LA CARNE.

  Llegado a este punto partimos preguntando por los orígenes de la celebración litúrgica de la Navidad. Parece que se remonta a tiempos muy lejanos, bastantes lejanos. Aquella gruta primitiva que los primeros cristianos veneraron fue profanada pero no destruida por los romanos. En el año 135 de la era cristiana, el emperador Adriano mandó o dispuso que fuera recubierta por un bosquecillo sagrado e implanto el culto de Adón (dios-espíritu de la vegetación). Los Padres de la Iglesia como Justino y Orígenes hablan de la gruta en la que nació Jesús encontrándose en Belén. Según la hipótesis de un especialista del judeo-cristianismo, el fraile franciscano E. Testa, los primeros cristianos de Palestina revivían aquel acontecimiento del nacimiento del Señor en el mismo lugar donde se había realizado, en el mismo sitio donde el Verbo de Dios se había nacido dentro del contexto humano y cultural.

  En los Oráculos Sibilinos y en las Odas de Salomón se habla del maravilloso parto de María Virgen, que según el evangelio de Santiago, evangelio no canónico, se relata como dos mujeres atestiguan la virginidad de María y cuidan del Niño después del Parto. He aquí cómo canta la Oda de Salomón n. 19 el parto maravilloso de la Virgen:

 El Espíritu Santo abrió su seno,

 Ella concibió y dio a luz

 y la Virgen vino a ser Madre por su gracia grande.

 Se quedó embarazada y dio a luz,

 un hijo sin dolores.

 Esto aconteció no sin razón.

 No tuvo necesidad de ayuda para dar a luz,

 porque Él mismo es el Dador de la vida.

 

En el año 326, sobre la gruta, Santa Elena construyó la basílica de la Natividad; el altar se coloca justamente en el piso superior sobre la gruta, con una rendija que permite contemplar el lugar donde nació el Señor. En el Siglo IV, según el testimonio de la peregrina Egeria, en los primeros día de enero se celebra una solemne vigilia en la gruta de la Natividad, pero como fiesta entorno a la Epifanía o manifestación del Señor. La fiesta dura durante ocho días. Y cuarenta días más tarde, según el cómputo evangélico, se celebra en Jerusalén la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. Tanto estas fiestas, como el lugar, vividas y contadas por los peregrinos de Jerusalén, será lo que certifique la validez de tal celebración de la Natividad del Señor, implantándose en otras iglesias como celebración nocturna de Navidad.


 La fiesta romana de la Navidad:

  Mientras en toda la Iglesia de Oriente y parte de Occidente en el siglo IV se celebra comúnmente la Manifestación del Señor el 6 de Enero, será en Roma hacia la mitad de este siglo como se celebrará la fiesta de la Navidad el 25 de diciembre en honor del Nacimiento del Señor.

  En el calendario Cronógrafo Romano compuesto por Furio Dionisio Filócalo hacia el 354, recoge el texto recibido por tradición un texto correspondiente a una fiesta del 25 de diciembre que corresponde al “Natalis solis invicti” –Nacimiento del Sol Invencible- que dice así: “VIII Kalendas Ianuarii. Natus Christus in Betlehem Iudeae”, es decir: 25 de diciembre, Nace Cristo en Belén de Judá. Con lo cual nos viene a decir, que los cristianos de Roma en los primeros decenios del siglo IV han fijado en la fiesta civil romana del Sol Invicto, el 25 de diciembre, la conmemoración e la Natividad del Señor. Fiesta semejante a la de la luz en Oriente que se celebra el 6 de enero, evocando la victoria del sol sobre las tinieblas al inicio del solsticio del invierno. Los cristianos mostraron su interés para cristianizar esta celebración o fiesta, aplicando al nacimiento de Jesús el sentido simbólico del nacimiento del sol en el solsticio de invierno, ya que es él el verdadero sol de justicia, sol que nace de lo alto, luz que vence las tinieblas. Los Padres de la Iglesia siempre han atribuido el concepto de “sol” en cuanto a la teología de la luz, a la persona de Cristo.

 Pero surge la pregunta: ¿cómo ha sido fijada la fecha del nacimiento del Señor el 25 de diciembre, cuando nada concreto nos dicen los evangelios respecto a la época del año en que nació el Señor? La respuesta no es nada fácil. En los cómputos de los primeros siglos se fija esta fecha como hemos explicado anteriormente. El 25 de marzo una serie de hechos coincidentes de la historia de la salvación se dan: es el día del inicio de la creación, es decir, de la Encarnación del Verbo. Y si se cuenta a partir de este día suman nueve meses el 25 de diciembre. Para los cristianos el Sol naciente, es la luz del mundo, el Sol de justicia que alumbra a todos los hombres. Esa Luz o ese Sol es Cristo. En el siglo IV tanto en Oriente como en Occidente apoyado en la teología de algunos Santos Padres como San Agustín fijan la fecha de este día como fiesta cristiana para celebrar el Nacimiento del Señor. Dice así San Agustín: “También la creación está de acuerdo con nuestro ordenamiento porque hasta aquel día crecen las tinieblas y desde aquel día, en cambio, decrecen las tinieblas y crece la luz, esto es, crece el día, disminuye el error y entra la verdad: hoy nace nuestro sol de justicia” . (cf. De Trinitate 42: PL 894)

 

 En el siglo VI, la fiesta del Nacimiento del Señor se enriquece en Roma con la celebración de varias misas. La primera es la misa estacional en San Pedro, quizás porque es el lugar que recordaba la transformación de la fiesta pagana en fiesta cristiana. Se introduce una misa nocturna, a media noche, llegándose a celebrar como Pascua con una vigilia nocturna que tendrá arraigo en el pueblo fiel.

 Llegando a la Edad Media se llega a conservar la celebración nocturna celebrando la fiesta: “Nativitas Domini Nostri Iesu Christi secundum carnem”: Es el Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, según la carne. En esta época concretamente en el año 1223, según un joven fraile perteneciente a la orden mendicante de los franciscanos, llamado y reconocido por muchos como el Padre Francisco de Asís, quien escenifique con Imágenes o figuras las distintas escenas de Belén, representando el Misterio de Navidad. Este gesto caló muy profundamente dentro de la religiosidad del pueblo acercándose más al Misterio divino que se refleja. Es en esta escenificación donde se intuye la humanidad de Cristo, al Niño envuelto en pañales, con una meditación que suscita ternura y compasión. Dios se hace hombre, es uno de los nuestros. Dios de carne y hueso, toma nuestra naturaleza.

  Todo esto se ha mantenido a través de los siglos, la historia habla por sí misma, hace una reflexión de lo vivido y sabe interpretar la verdad. Pero, ¿y hoy?, ¿Qué decir de la Navidad hoy? Se puede decir que es una fiesta que ha penetrado fuertemente en nuestra cultura. Una fiesta que irradia sentimientos de pobreza se ha considerado muy a lo general como una fiesta de la sociedad de consumo. Si en el siglo IV los cristianos han cristianizado una fiesta pagana, en el siglo XXI una fiesta cristiana ha sido o está siendo en parte paganizada o secularizada. ¿Por qué?

 La solemnidad de Navidad, preparada a lo largo de las cuatro semanas anteriores que son las semanas del Adviento, se introduce o comienza con las primeras vísperas del día 24 de diciembre, se celebra con la vigilia y la misa de medianoche, una de las más solemnes vigilias del año. Se prolonga además con la misa de la aurora y del día, siguiendo la antigua tradición romana; se solemniza con una octava y se enriquece con la celebración de algunos santos. Y lo que realmente celebramos es como afirma el Papa León Magno: “el nacimiento de Cristo es el nacimiento de la Paz”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuaresma

                                        

                                     CUARESMA


Y    Mirarán   al   que   traspasaron


    Cuaresma procede del vocablo latino “quadragesima dies”, que traducido viene a significar el día cuadragésimo antes de Pascua. Es el tiempo de preparación ”por el que se asciende al monte santo de la Pascua”, como lo describe el Ceremonial de Obispos (CE 249). Empieza el miércoles de ceniza con la imposición de ésta y concluye el Jueves Santo por la tarde, antes de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, con la que se inaugura el Triduo Pascual.

    Las características ambientales y celebrativas de la Cuaresma, ya desde hace siglos, son la ausencia del aleluya en los cantos, la austeridad en el ornato del espacio celebrativo, sin flores ni música instrumental, el color morado de los vestidos del sacerdote (menos en el domingo cuarto, llamado éste “Laetare” en que puede usarse el color rosa); los escrutinios catecumenales (el Ritual de la iniciación de adultos pone el rito de “elección” para la última etapa catecumenal en el primer domingo de Cuaresma, y a partir de ahí varias reuniones de escrutinios); las misas estacionales en torno al propio obispo, originadas en Roma pero recomendadas para otras iglesias en las que parezca convenientes; el ejercicio del Vía Crucis; la “confesión pascual”, la celebración del sacramento de la Reconciliación como preparación inmediata a la Pascua.

    La Cuaresma es el tiempo litúrgico donde la Iglesia entera se prepara para vivir intensamente los días de la Pasión, muerte y Resurrección del Señor. Cuaresma y Pascua en cuanto a su significado y lo que celebran están íntimamente unidos. Es el tiempo de cuarenta días simbólicos de retiro cristiano, de desierto. Responde al misterio de la estancia que Jesús tuvo en el desierto, durante cuarenta días, para verificar su vocación mesiánica.  Como se ha mencionado anteriormente, la Cuaresma es para toda la Iglesia un tiempo intenso de preparación catequética para recibir el sacramento del Bautismo. Es más, la liturgia de la Palabra son lecturas con esta finalidad: agua, luz, desierto…

    La Cuaresma también se define como tiempo hacia la conversión, proceso de maduración de fe por el cual toda la comunidad inicia su itinerario penitencial hacia el arrepentimiento.

    Son varios los preceptos cuaresmales que la Iglesia ofrece al fiel para que viva en intensidad este tiempo: oración, ayuno, abstinencia, penitencia.  San Mateo en el capítulo seis versículos del uno al seis viene a decir esto: oración, ayuno y limosna, consideradas como las armas de la penitencia cristiana.

    Como bien se ha dicho antes, este tiempo litúrgico comienza con la Imposición de la ceniza, ¿y que significa este signo? En primer lugar hay que considerarlo como un símbolo que indica austeridad.  Este rito es el propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Este gesto la Iglesia lo ha conservado como un signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal abriéndose a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.




HISTORIA

    Ya desde finales del siglo II existe en la Iglesia un período de preparación a la Pascua, observando con algunos días de ayuno, según el testimonio de Eusebio de Cesarea a propósito de la controversia acontecida sobre la fecha de la celebración de la Pascua.

En cuanto a los días de duración del ayuno, San Ireneo de Lyon escribe al Papa Víctor lo siguiente: “Efectivamente la controversia no es solamente acerca del día sino también acerca de la forma misma del ayuno, porque unos piensan que deben ayunar durante un día, otros que dos, y otros que más;  y otros dan a su día una medida de cuarenta horas del día y de la noche. Y una tal diversidad de observantes no se ha producido ahora, en nuestros tiempos sino ya mucho antes, bajo nuestros predecesores…”

Este ayuno inicial presenta a modo de una primera estructura de una semana de preparación, especialmente en Roma, convertida después en tres semanas en las cuales se lee el evangelio de Juan, quedando finalmente, en cuarenta días de ayuno, inspirados en los cuarenta días transcurridos por Jesús en el desierto. Este ayuno de cuarenta días se realizaba desde la sexta semana antes de Pascua. Pero estando por medio seis días dominicales en los cuales no se ayunaba y queriendo completar el número simbólico de los cuarenta días, se prolongó, anticipando el comienzo al miércoles anterior a la sexta semana antes de Pascua y se computaron los dos días de viernes y sábado antes de Pascua, para completar los cuarenta días.

Es curioso el texto de San Hipólito de Roma donde dice: “para cumplir con el ayuno de Pascua, nadie tomará nada antes de que se haga la oblación… Si alguien se encuentra enfermo y no puede ayunar dos días, ayunará el sábado solamente  por necesidad, contentándose con pan y agua”.

Desde todos estos apuntes históricos, ¿Qué decir del hoy? ¿Existe una relación con el ayer? A día de hoy, el computo matemático que hace de nuestra Cuaresma un período de cuarenta y cuatro días, incluidos el miércoles de Ceniza y el Jueves Santo, de los cuales cuarenta de ayuno, excluyendo precisamente los seis domingos – cinco de Cuaresma y uno en la Pasión del Señor o domingo de Ramos-  y añadiendo los ayunos del Viernes y del Sábado Santo que pertenecen ya al Triduo Pascual; es lo que da pie al tiempo litúrgico de la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua del Señor Resucitado.

En el siglo IV, testimonios como los de la peregrina Egeria describen minuciosamente los ayunos cuaresmales que se practicaban en Jerusalén y el itinerario que debían recorrer los catecúmenos en cuanto a las catequesis que recibían para ser bautizados, todo esto atestiguado por Cirilo de Jerusalén.

Desde el siglo IV hasta el VIII, tenemos el período de esplendor de la cuaresma cristiana, con un fuerte carácter bautismal, expresado por supuesto en los ritos del catecumenado, lecturas feriales y dominicales de la liturgia romana.  Todo esto se mantiene en la liturgia que celebramos en el tiempo presente.

Dentro de este apartado histórico podemos resaltar algunas motivaciones y contenidos propios del tiempo cuaresmal o cuarentena.  Lo primero que hay que decir que para establecer la cronología y el contenido de la Cuaresma, ha tenido una gran importancia el recuerdo de los cuarenta días de AYUNO del Señor en el desierto, según el testimonio de los evangelios Sinópticos, con parte de su simbolismo que presenta. A día de hoy en la liturgia de rito romano, en el primer domingo de Cuaresma se sigue proclamando este texto del ayuno, del desierto, de la tentación. Por otro lado, el número CUARENTA: los cuarenta días del diluvios, los cuarenta días y noches de Moisés en el Sinaí, de Elías que camina hacia el Orbe; los cuarenta años del pueblo elegido en el desierto, los cuarenta días en que Jonás predicó la penitencia en Nínive.
Todo este camino cuaresmal se convierte en un signo sagrado, en un sacramento del tiempo. Tiempo propiamente de preparación para los que van a ser bautizados, tiempo para recibir el perdón de aquellos que se sienten atenuados por el dolor del pecado, tiempo de gracia porque el Señor pasa en su Paso pascual, tiempo de luz y claridad porque el Señor con su muerte disipa el las tinieblas con el clarear del fulgor de la Pascua.

Dentro de este tiempo litúrgico toda la Iglesia, toda la comunidad cristiana, estaba llamada a prepararse espiritualmente para celebrar en oración, ayuno y limosna  una etapa propiamente de ascesis para concluir con la alegría de la Pascua.  Así mismo, los catecúmenos que eran preparados o elegidos para prepararse para ser bautizados en la noche de la vigilia pascual , eran sometidos a intensas catequesis bautismales. Así lo atestiguan en Jerusalén en el siglo IV las Catequesis de Cirilo, el Itinerario de Egeria y el Leccionario armeno. Lo mismo sucede con la preparación de los iluminados en Antioquia y Constantinopla, como atestiguan las catequesis bautismales de San Juan Crisóstomo. Así lo confirma la rica estructura bautismal que poco a poco se desarrolla en la Iglesia de Roma, que tiene como testigos la carta del Diácono Juan a Senario, el Sacramentario Gelasiano y el Ordo Romanus XI, que se remonta l siglo VII-VIII. Los ritos propiamente bautismales en relación con la liturgia cuaresmal son los siguientes: elección y la inscripción del nombre del candidato o llamado neófito; los escrutinios y exorcismos unidos a la lectura de algunos pasajes del evangelio de Juan como pueden ser la entrega y reentrega del Símbolo de la fe (Credo) y del Padre nuestro, síntesis de la fe y de la oración respectivamente. A estos ritos se une el rito del Effetá. Toda la comunidad cristiana, se sentía muy responsable ante la iniciación de los nuevos bautizados.

A partir del siglo IV, Pedro de Alejandría en su canon recuerda los cuarenta días de penitencia para aquellos que deben ser reconciliados con la Iglesia, los penitentes. Dice así uno de sus textos: “ sean impuestos a los pecadores públicos cuarenta días de ayuno durante los cuales Cristo ha ayunado, después de ser bautizado y haber sido tentado por el diablo, en los cuales también ellos después de ejercitarse mucho, ayunarán con constancia y vigilarán en la oración”.

Al principio de la Cuaresma queda fijado en el domingo primero, el llamado in capite Quadragesimae; después se anticipa al miércoles de ceniza; en este día los pecadores públicos eran alejados de la asamblea y obligados a la penitencia pública. La ceniza y el cilicio eran especialmente para ellos. Desaparecida la penitencia pública, en el año 1001 el Papa Urbano II, en el Sínodo de Benevento, extiende la costumbre de la imposición de la ceniza a todos los fieles de la Iglesia, incluido a los clérigos. Desde entonces Cuaresma comienza para todos con este austero gesto que nos invita a la conversión y prevalece la motivación penitencial con el ayuno y la abstinencia, expresiones de la penitencia cuaresmal.

La Cuaresma a día de hoy, bajo el impulso del movimiento litúrgico tomando como punto de referencia el Concilio Vaticano II, ha querido volver a dar impulso y vitalidad al sentido antiguo de la Cuaresma cristiana.

En el n. 109 de la Constitución litúrgica Sacosanctum Concilium, recuerda el doble carácter bautismal y penitencial que tiene en sí, el tiempo Cuaresmal. Como también hace hincapié a la escucha de la Palabra y a la dedicación a la Oración. En el n. 110 se habla del ayuno penitencial tanto externo como interno, individual y social. Se recomienda de manera especial el ayuno pascual del viernes santo y el sábado santo como preparación a la celebración de la Pascua.

La reforma litúrgica ha querido resaltar la única línea que verdaderamente define a la Cuaresma. Para ello, para la celebración de la Eucaristía, tanto el Leccionario como el Misal ofrecen una nueva orientación a la Cuaresma, siguiendo las huellas impresas que los Padres de la Iglesia han dejado mediante sus escritos.  De igual modo, en la Liturgia de las Horas, se hallan una serie de oraciones, lecturas patrísticas, riqueza en cuanto expresiones, que resaltan la importancia de la oración.


Adviento

                     Adviento

 Ven Señor Jesús, ven y sálvanos.

 Comenzamos un nuevo Año Litúrgico, correspondiente al Ciclo A y el primero de los cinco tiempos Litúrgicos que conforman dicho Año. El ADVIENTO viene a ser el tiempo de la esperanza, el tiempo del cumplimento  de las profecías, por que es el Señor, el Mesías el que llega para regir, para gobernar la tierra.

  Adventus en latín, significa “advenimiento” (de ad y venire, “acción de venir hacia algo o alguien”). Adviento es tiempo propicio para convertirse, suscitar esperanza y anunciar la liberación salvadora de Dios. Es tiempo de vigilancia ante lo que estamos esperando, que es ni más ni menos que el retorno, la vuelta, la venida segunda de Cristo en la plenitud de su reino. Se dice que el Adviento es el tiempo de preparación de la Navidad y la Epifanía, celebrando la manifestación del Señor en nuestra historia. Al principio del cristianismo, el término Adviento se refería a la última venida del Señor al final de los tiempos, pero al fijar la Iglesia las fiestas de Navidad y Epifanía, se relacionó también con la venida de Jesús en la humildad de la carne. Estas dos venidas, la histórica en la encarnación por medio de María (Navidad) y la escatológica al final de los tiempos (parusía) se consideran la doble dimensión de espera que caracteriza al Adviento. El Adviento nos pone en comunicación con la espera vigilante, atenta, activa,  deseosa de la presencia de Dios. La venida del Señor exige a los cristianos el deber de encontrarse vigilantes.

Tres son las figuras centrales del Adviento: Isaías, Juan Bautista y María. Durante el Adviento, tiempo de espera y preparación, se lee el libro de Isaías. Los domingos segundo y tercero se centran en la persona y obra de Juan el Bautista. Y el final del Adviento se dedica plenamente a la figura de la Virgen María, la cual, vivió intensamente como mujer la prontitud de ser madre, pasados los nueve meses de gestación de Jesús.

 “El tiempo de Adviento comienza con las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de Navidad” (NU).

 En este Tiempo, en las parroquias, el Ambón debe estar revestido del color litúrgico violáceo o violeta claro que en sí es el color morado mezclado con el blanco: Adviento-Navidad. 

 

Es un Tiempo donde la figura entrañable de la Virgen María tiene una gran importancia. Tanto es así que la Novena de Navidad que empieza el 17 hasta el 23 de diciembre resalta la importancia de la Virgen  como la Mujer dócil y sumisa que acoge en sus entrañas la Palabra de Dios, haciéndola  carne en su propia carne.

Finalmente, resaltar que el símbolo propio de este Tiempo de Adviento es la CORONA, que no solamente puede ser parroquial sino también familiar. Ante la duda, nos podríamos preguntar, ¿Por qué este símbolo litúrgico y no otro? ¿Qué significado tiene? De manera resumida podemos destacar lo siguiente: se trata de la colocación de una corona hecha con ramas de color verde de árbol perenne como por ejemplo el pino o el abeto. Alrededor de la corona aparecerán o bien cuatro cirios o bien cinco que se encenderán progresivamente cada domingo dando inicio a la semana correspondiente y a la cercanía de encender la última vela simbolizando la proximidad de la Navidad. El quinto cirio encendido simbolizaría el nacimiento de Cristo, Luz que alumbra a todos los hombres.  En las Parroquias, la corona debe estar colocada cercana al Ambón, como lugar donde se proclama la Palabra de Dios. En cuanto a su significado cabe decir que la corona por su propio nombre ya nos indica que debe de ser circular o redonda. Lo CIRCULAR  simboliza lo eterno, lo que no tiene ni principio ni fin. Señal de amor de Dios que es eterno sin principio y sin fin. Las RAMAS VERDES simbolizan la vida, la esperanza, la espera traducida en acogida gozosa del Esposo que viene a los suyos. CIRIO ROJO pueden ser de otros colores, pero el que más simboliza este tiempo es el rojo. Este color, simbólicamente, se refiere más a la divinidad de Cristo. Pero entonces, ¿se pueden colocar otros colores? La respuesta es afirmativa, ya que es frecuente ver coronas adornadas con cirios de color morado, rojo, verde y blanco. Estos colores simbolizan el color de las vestiduras ornamentales del Sacerdote. Desde lo no sagrado estos colores simbolizan las cuatro estaciones del año. Desde lo sagrado simbolizan el Año litúrgico que comienza con el Adviento. Junto a la corona se suele colocar MANZANAS ROJAS  que representan los frutos del jardín del Edén. Con Adán y Eva el pecado entró en el mundo pero recibieron la promesa de la salvación universal. Finalmente el LISTÓN o CINTA ROJA situada alrededor de la corona que representa nuestro amor a Dios.

El Adviento por lo tanto se nos manifiesta a todos los hombres como un tiempo de expectación piadosa y alegre donde de nuevo acogemos a Dios en Cristo que viene para salvarnos. 

Terminamos con un texto que pertenece al prefacio II de Adviento y que dice así: “ a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres”. La Iglesia nos ofrece en este periodo corto de tiempo preparar nuestros corazones convertidos hacia Dios y poder celebrar con júbilo la alegría del nacimiento del Señor.

 

 HISTORIA

        Aspectos históricos, dados en diversas iglesias especialmente en Occidente, nos permite poder deducir el nacimiento de un período de preparación a la fiesta de la Navidad alrededor del siglo VI, siendo Papa de la Iglesia Universal León Magno.

        Nos centraremos en algunos puntos geográficos o territorios para sacar el “jugo” del aspecto histórico que gira entorno al Adviento. Por ejemplo nos fijaremos en España, Francia, Rávena, Roma.

 En España, alrededor de los años 389-381 se celebró el Concilio de Zaragoza, invitando a los fieles a la asistencia de una asamblea que se celebró tres semanas antes a la fiesta de Epifanía, comenzando un 17 de diciembre. En esta asamblea se invita a los cristianos a alejarse de las celebraciones de fiestas paganas que aquellos días se celebraban, fiestas que eran propuestas por un grupo sectario cuyo líder era un tal Prisciliano. Estas tres semanas parece que se trataba como un tiempo de preparación para recibir el sacramento del Bautismo ya que según un uso oriental, este sacramento se celebraba en la fiesta de la Epifanía por celebrarse dentro de ésta, el Bautismo del Señor. Posteriormente con la evolución del tiempo, dentro de las Iglesias de rito hispánico se ampliará este tiempo con seis semanas dando lugar al tiempo de Adviento.

 En Francia, en un sermón medieval de Adviento del abad Bernón de Reichenau acerca de la venida del Señor, cita un texto atribuido a un santo padre de la Iglesia primitiva, San Hilario de Poitiers (+ 367) en el cual, dicho Padre invita a los fieles a prepararse al Adviento del Señor, a la venida del Señor con tres semanas donde se debe sobretodo practicar la ascesis y la penitencia, por lo mismo que en España, por la aparición en estas fechas de fiestas paganas.  Y, ¿por qué tres semanas? Tal vez por el simbolismo de las tres venidas del Señor: la primera en su revelación a la conciencia, la segunda en su manifestación mediante la ley, la tercera cuando vino por la gracia para revelar la vocación de todas las gentes. A día de hoy hablamos de dos venidas: la histórica y la escatológica. La interpretación anterior sobre las tres venidas es puntual dado que el estudio histórico sigue su evolución.

 En el siglo V encontramos una especie de cuaresma o tiempo de preparación a la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre, comenzando seis semanas antes. Es la llamada cuaresma de San Martín de Tours ya que el 11 de noviembre se celebra su fiesta.

 En la ciudad imperial de Rávena, centro de gran vitalidad litúrgica, la preparación para la fiesta de Navidad se destaca el carácter más bien histérico, con oraciones que se refieren al nacimiento del Señor. Son testigo de ellos los textos u oraciones de san Pedro Crisólogo como las oraciones del Rótulo de Rávena. Además de los textos que ayudan a la preparación de la Natividad del Señor, también se pide que sea un tiempo de prácticas ascéticas y penitenciales.

Finalmente en Roma hacia el siglo VI es válida la hipótesis que el Papa Silicio instaure este tiempo de Adviento. Se comienza con seis semanas, quedándose en cinco y al final con el Papa Gregorio Magno se reducen a cuatro.  Así mismo la misma palabra latina “adventus” se aplica primitivamente a la venida del emperador, que la liturgia asume como la espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo, referida totalmente a la venida segunda de Cristo en gloria y majestad al final de los tiempos.

    A lo largo de la Edad Media se introdujeron elementos típicamente relacionados con el misterio de la Navidad  como por ejemplo el canto  “Rorate coeli desuper”; las antífonas mayores del Magnificat que comienzan con la palabra O; el deseo de su venida a través de la exclamación: ¡Ven! ; y sobretodo una espiritualidad fundamentada en la oración a modo de petición de espera a que el Señor venga.

         Actualmente las Normas Universales sobre el Año litúrgico del año 1969 consideran que el Adviento es un tiempo que posee una doble índole: tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad conmemorando la primera venida del Hijo de Dios a los hombres; y por otro lado tiempo de futuro, de cumplimiento hacia esa segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.  La nueva ordenación de la liturgia establece que sean cuatro semanas para este Tiempo Adventual, comenzando con las primeras vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre o el más próximo a este día y que acabe antes de las primeras vísperas de Navidad.

         El sentido primordial del Adviento parece ser el de la celebración de la espera mesiánica y de la preparación a revivir en la Navidad esta presencia del Dios-con-nosotros, el Enmanuel.

 

 

 

 

 

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