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Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 22–4, 6
Queridos hermanos:
Cuanto pidamos lo recibim
os de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.
Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jes
ucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda
sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que pe
rmanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Queridos míos
: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen
de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo.
En es
to podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucr
isto venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no
es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues b
ien, ya está en el mundo.
Vosotros, hijos míos, sois de Dios y
lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en e
l mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los
escucha. Nosotros somos de Dios.
Quien conoce a Dios nos escuch
a, quien no es de Dios no nos escucha.
En esto conocemos el Esp
íritu de la verdad y el espíritu del error.
Salmo
Te daré en herencia las naciones
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Ju
an se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció en Cafarn
aún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpl
iera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Tierra de Zabulón
y tierra de Neftalí,
camino del mar, al otro lado del Jordán,
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Galilea de los gentiles.
El pueblo que habitaba en t
inieblas
vio una luz grande;
a los que habitaban en
tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló».
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span style="font-size: small; font-family: arial, helvetica, sans-serif;">D
esde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:
«Convertíos, p
orque está cerca el reino de los cielos».
Jesús recorría toda G
alilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y cur
ando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Su fama se e
xtendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda cla
se de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él l
os curó.
Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis,
Jerusalén, Judea y Transjordania.