Ciclo C

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO II ADVIENTO (ciclo C). 6 de diciembre de 2015

 

Bar 5,1-9: Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

Sal 125,1-6: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Fp 1,4-6.8-11: Lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento.

Lc 3,1-6: “Y todos verán la salvación de Dios”.

 

Saltando de emperador a gobernador y de gobernador a virrey, de virrey a otros virreyes y del último de ellos al sumo sacerdote, el evangelista Lucas recorre la cúspide de la jerarquía política del momento. Comienza en el imperio universal de los romanos y, siguiendo con los gobernantes de Palestina y pueblos cercanos, concluye en la máxima autoridad religiosa de Israel. Recorre de un salto palacios, fortalezas, corte, ejércitos, territorios, súbditos… y templo. Pasa a través de los nombres de poderosos que quedan grabados en monumentos de piedra y documentos de lectura para el relato de la historia, donde nos asomamos a vida de sus pueblos. El propósito de rigor de Lucas en sus datos, que anuncia al principio de su evangelio, tiene a bien contar con aquellos que marcan el destino de las naciones para hablar de una historia real, un hecho en un tiempo determinado y en un lugar concreto. Todo ello para desembocar y hablarnos de una historia más determinante y ambiciosa, que fluye sosteniendo cualquier otra historia, porque es su sentido más profundo: la historia de la Salvación de Dios. Dios se ha hecho historia con los hombres.

            Tras el alcázar y el ejército y el poder y el territorio que se intuye en cada uno de esos nombres (Tiberio, Pilato, Herodes...), este pasaje evangélico arriba hasta un personaje inquieto y andariego. Se desliza entre las tierras regadas por el río Jordán, de acá para allá, sin un refugio fijo, en la aridez del desierto, contrastando con el poder y los recursos de aquellos gobernantes. El bautista se mueve libre, como el mismo río en torno al cual profetiza. Lo mueve la Palabra de Dios con un poder que no alzará ningún ejército en armas para defender o atacar, sino con la capacidad para desentumecer el oído y facilitar que la Palabra del Señor llegue al corazón de los oyentes y produzca la gran victoria, la conversión para el perdón de los pecados. Mientras los reyes miran hacia una calma política y social, que procure una paz suficiente, aunque sea a fuerza de guerra, el profeta Juan contempla la acción de Dios en cada hombre que se vuelve a Él y compromete a la preparación del camino para el encuentro con el Señor. ¿Hacia dónde miraremos nosotros?

            Los ojos que miran a Oriente no verán si se asoman en las primeras horas de la mañana o las últimas de la jornada. Ni en unas ni en otras podrán: en las tempranas por exceso de luz del sol que se levanta, en las últimas porque escaseará la claridad. La luz necesaria es la justa, que esclarece, pero no deslumbra. Con esa luz muestra el profeta Baruc las miradas de Jerusalén hacia el Este, donde su pueblo había sido deportado. La oscuridad puede traer pena sin redención, el resplandor excesivo alegrías engañosas y olvido de la propia historia. Israel había pecado gravemente, fue la causa de su desgracia y de su luto, pero no había culpa suficiente, y nunca la habría, como para que Dios se olvidase de su pueblo. Jerusalén, la capital, el lugar del templo, morada de Dios entre los hombres, se levanta con ánimos de esperanza, con traje de fiesta. Se lo recuerda el profeta Baruc. Para mirar hacia el lugar del destierro, Oriente, y ver ya en esperanza cómo llegan sus hijos, con la gloria del perdón de Dios y las energías rejuvenecidas de quien se entusiasma con la renovación de su país, de sus raíces y, lo fundamental, de su relación con Dios. Este Dios que manda a la creación que allane el camino a su pueblo que regresa y toda ella se implique en este servicio de alegría, para facilitar el regreso de sus hijos y que toda criatura goce con ellos. Y Dios parece un caminante más que llega del destierro, guiando de Oriente a Occidente, recorriendo toda la tierra para que se anuncie la alegre noticia de la salvación. Desterrados de su tierra, de su templo, no habían sido desterrados de Dios. En Él se fundamentaba la nueva esperanza. Pero el Dios caminante que guía a su pueblo no se detendrá en la Tierra de Israel, porque ha agrandado la esperanza de sus hijos hacia una gloria inaudita e inabarcable. Ya no se trata de restaurar países con sus instituciones, regresar al culto antiguo reconstruyendo el templo derruido, sino de recorrer el mundo entero para preparar la acogida al que tenía que venir y ya ha llegado. Al que anunciaron los profetas desde antiguo y al que anunció y vio el profeta Juan Bautista frente a sí. Ha pasado el Señor y nada puede quedarse ya quieto.

Anduvo también Pablo con la inquietud de Juan Bautista por preparar el camino del Señor anunciando su salvación y buscando discípulos para extender su mensaje. Da gracias por cuantos lo han acompañado en este servicio y apela a la convicción de que si Dios ha inaugurado en ellos una empresa buena, Él mismo la llevará adelante. Él mismo avanza delante para abrir las puertas. Todo colaborador se hace pregonero del nuevo orden, donde el valle se eleva y la montaña se abaja para nivelar y allanar el camino del pueblo que avanza. También de los que aún no forman parte del pueblo, pero se acercan de uno u otro modo a Dios. Lo primero es sencillo: allanar montañas y elevar hondonadas, lo difícil es que el corazón y la mente se nivelen, que se enderece toda torcedura de afecto para recibir al Señor. Y así, ir saltando por gobiernos y poderes y naciones, sin detenernos en ellos para contemplar la acción misericordiosa de Dios que guía la historia de la Salvación.

Programación Pastoral 2021-2022