Ciclo B

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

TRIDUO PASCUAL. marzo 2018

 

TRIDUO PASCUAL

 

JUEVES SANTO. 29 de maro de 2018

Ex 12,1-8.11-14; 1Co 11,23-26; Jn 13,1-15.

Lo que comimos ayer nos sació el hambre también de ayer, pero no han llegado a hacerlo hoy. ¿Por qué tener que tomar alimento todos los días? ¿Por qué no nos creó Dios ya saciados?

La comida es para la vida; tal vez el Señor puso hambre habitual en nuestros cuerpos para que descubriéramos el milagro de la vida en nuestras propias existencias… y lo cuidáramos. Así cada comida es una celebración de vida. ¿Por qué, si no, toda celebración importante pide un banquete? ¿Qué celebramos que reamente merezca la pena que no esté relacionado con el misterio de la vida?

Un día habló Dios a Abrahán con una promesa de vida: una descendencia y un lugar para habitar. La esclavitud en Egipto del pueblo de Dios fue un atentado contra esta promesa. ¿Podemos tolerar las agresiones contra la vida? El Señor los liberó del faraón, de uno que se creía dios, pero sin embargo no era capaz de proteger la vida, sino que la oprimía hasta la muerte. El verdadero Dios, el Dios de la vida, se manifestó como liberador, como el que realmente defiende toda vida humana. Para conmemorar la liberación de la esclavitud de Egipto, Israel celebraba una fiesta, la Pascua, el paso de Dios por nuestra historia. No se celebraba como el recuerdo de un momento pasado, sino como la actualidad de la acción de Dios liberadora de todo aquello que esclaviza, especialmente del pecado. La mesa se preparaba con esmero para celebrar la gran fiesta del Dios liberador, del Dios de la vida, que da y protege la vida de su pueblo. Para el banquete: un cordero, panes ácimos y hierbas amargas. Para beber: vino.

El banquete pascual de la despedida de Jesús de sus discípulos fue un acontecimiento de vida. Ninguna otra fiesta, ninguna otra comida lo había sido así. La fiesta de Pascua, tantas veces repetidas en la historia del Pueblo, no había traído aún la liberación definitiva. Jesús avanzó en ello. Él mismo se dio como alimento de vida para comer y para beber, en el pan y en el vino. Sólo podía darse a comer a sí mismo el autor de la vida hecho carne. Para comer su amor eterno al Padre, su obediencia hasta la cruz, su misericordia con todos los hombres, su servicio hasta abajarse a los pies. De esta forma el cuidado de la vida saltaba a la eternidad. Comerlo a Él para tener vida eterna.

De nuevo un banquete, pero como ningún otro, porque esta fiesta de vida hace posible la vida divina en nosotros y la cultiva. Nos hace resucitar paulatinamente al comer la carne del resucitado y florecer en obras de resurrección: para ser pacientes con los demás, misericordiosos en la ofensa, serviciales con los pobres, generosos con todos… obedientes al Padre. Es pan de fraternidad para sabernos y gustarnos más hermanos, hijos del mismo Padre bueno del cielo. Y para ello, quedan instituidos unos hermanos que puedan preparar este banquete de vida, los sacerdotes, y trabajar para cuidar y administrar los otros sacramentos de vida y la Palabra de vida por encargo del Señor.

La noche de esta cena anuncia muerte, y sin embargo es preámbulo de más vida que nunca, porque Dios se ha hecho comida para que tengamos vida eterna.

 

VIERNES SANTO. 30 de marzo de 2018

Is 52,13-53,12; Hb 4,14-16. 5,7-9; Jn 18,1-19,42.

Cuando se sienten ligeros los pies, ¡qué bien se anda! Se trota, se corre… hasta casi el vuelo. Cuando se sienten ligeros los pies. Por eso, no se entiende que tengan que encontrarse con el estorbo, en medio, de lo que obstruye el camino hasta hacerlo temeroso, aborrecible, hasta entrar ganas de dar media vuelta y marchar por otro sitio. No se entiende que, después de haber caminado con tanta holgura, ahora tengan que detenerse para escalar por ese árbol tan desagradable. Y no solo haciendo más lento el paso, sino que además los pies son retenidos por un clavo que los amarra a la madera. Si se paran los pies, ¿de qué sirven? Para acostumbrarse a la madera y al clavo. Y se quedan suspendidos, un poco despegados de la tierra, pero sin llegar a tocarla, y aún distantes del cielo, elevados, pero no lo suficiente. Sin tierra y sin cielo, demasiado en lo incierto, con la única certeza de la cruz. Cuanto más sepa esta cruz a la del Señor, a entrega y misericordia y justicia, más cómodos la tocarán los pies reposando en ella.

Llegó la Hora del Hijo del hombre. No llegará la hora para ninguno de los hijos de Dios hasta que no se sienta el tacto de la madera de la cruz. La hora es el momento de la glorificación, de la prueba de las convicciones íntimas. Es el instante en el que se puede escuchar con mayor claridad la paternidad de Dios y la respuesta de hijo. Hay misterios de Dios a los que solo se puede llegar atravesando el umbral de la cruz.  

El andariego de Galilea anduvo mucho e hizo caminar a otros con Él. Lo siguieron gentíos numerosos, otras veces un grupo más reducido. Pero hasta aquí, hasta la cruz, prácticamente nadie. Que no nos pide Dios lo que no pudieron hacer otros, ir al Calvario. Solo nos pide acompañar a su Hijo. Allá donde esté, estaremos nosotros. Y si tiene que ir a la cruz, tal vez el trato con el Hijo de Dios nos ablande para llegar hasta donde no esperábamos. No se puede ir al Calvario a fuerza de puños o sino a fuerza de amor. Entonces, siguiendo al crucificado hasta el final, ¡cuánto amor se descubre! A partir de entonces comienza a caminarse de otra manera.

 

VIGILIA PASCUAL. 31 de marzo de 2018

Gn 1,1-2,2; Gn 22,1-18; Ex 14,15-15,1; Ex 15,1-18; Is 54,5-14; Is 55,1-11; Is 12,2-6; Bar 3,9-15.32-4,4; Ez 36,16-28; Rm 6,3-11; Mc 16,1-7.

¡Escuchad! No se oye nada. ¡Otra vez! Nada tampoco. Entonces habrá que esmerarse o simplemente contentarse con lo que no existe y hacer como si existiera. Tantas veces hemos simulado el “como si existiera” que no pesará hacerlo una vez más. Procuramos retener nuestro genio, evitar la crítica, mitigar egoísmos como si Jesucristo hubiera resucitado; intentamos cumplir con nuestras obligaciones religiosas como si Jesucristo hubiera resucitado; hacemos un esfuerzo por perdonar y pedir el perdón de los otros como si Jesucristo hubiera resucitado; es decir, amparados por un acontecimiento del que todavía no acabamos de creer del todo. ¿Qué credibilidad tenemos entonces los cristianos si procuramos vivir como si Jesucristo hubiera resucitado cuando realmente no estamos convencido de ello?

            Pasó el viernes, pasó el sábado… y nada. Los días de la Creación fueron más productivos; cada día trajo criaturas nuevas y además, “vio Dios que era bueno”. Parece que resulta más fácil sacar de la nada que reconstruir lo destruido. En un solo día, el que se convertiría en el primer día de la semana, Dios creó la luz, el cielo y la tierra, y ahora han pasado los días sin haber podido impedir que asesinaran al único justo entre todos los vivientes. ¿Cómo esta paradoja entre ese poder absoluto para decir y crear, y esta impotencia para evitar la injusticia sobre los buenos? Dejemos a Dios que sea Dios, mientras esperamos la obra de su poder que puede hacer aparecer de repente galaxias inmensas, pero se toma su tiempo con los humanos. Puede decir en un instante y fabricar un mundo completo, y sin embargo esperar años y años con amor paciente la conversión del corazón de un hijo suyo. Para la resurrección de su Hijo hubo que esperar un poco, para la nuestra algo más, porque la resurrección tiene que ver con el mundo creado, pero también con el corazón convertido deseoso de Dios.

            La rutina de los días dificulta escuchar otra cosa que rutina. Los muertos seguirán tan muertos como los vivos amenazados de muerte. La previsión es que un día estemos todos compartiendo la misma muerte. El primer día de la semana (¡qué lejos quedaba aquel otro primer día de la creación de la Luz!) fueron unas mujeres a encontrarse con un muerto. Muerto lo dejaron, muerto lo encontrarían, no cabía mucho más. La tumba estaba vacía. Había más motivos para pensar en el robo que en otra cosa; y es que se busca a Dios como motivo de algo como último remedio, aunque sea el causante habitual. A pesar del anuncio que les hizo el joven vestido de blanco, hablándoles,  parece que no se lo terminaban de creer. Acabaron con más miedo que alegría. Así habría de acabar este evangelio, a no ser por el apéndice que parece ser añadido posterior. Así al menos nos deja esta lectura de hoy en esta Vigilia Santa, como probando nuestra fe: sin haber visto el sepulcro vacío, ni al Señor resucitado, ¿nos fiamos de los que nos llegan anunciando resurrección? Si encontramos testigos apasionados de Jesucristo muerto y resucitado, habrá más facilidad para contagiarnos su entusiasmo y creer también nosotros, que es vivir como que Él realmente ha resucitado (y no como si hubiera resucitado). Estos testigos son los que han descubierto que su vida carece de sentido sin Cristo y lo saben acompañante en todo momento de su historia.  Ellos oyeron en lo profundo, oyeron mucho, lo oyeron a Él pronunciando su nombre y la resurrección les pareció como lo más real.

No se oye nada, ¿verdad? Eso es que todavía vivimos solo como si Jesucristo hubiera resucitado, donde el miedo supera aún a la alegría, el rito formal al culto en espíritu. No está mal seguir así perseverando con fidelidad, pero mucho mejor si, con experiencia pascual, vivimos sabiendo que Jesucristo verdaderamente ha resucitado y nosotros estamos en trance de resurrección hasta su culminación en la gloria definitiva.  

Programación Pastoral 2021-2022