Ciclo B

Exposición del Santísimo Y Oración

 

Exposición del Santísimo 

En San Pedro Apóstol TODOS LOS JUEVES de 19.30 a 20.30

En Santa María TODOS LOS DOMIGOS de 19.00 a 19.30

En Las Mínimas TODA la mañana de 9.30 a 13.00

 

 

 

 

 

 

DOMINGO V PASCUA. 3 de mayo de 2015

 

Reflexión en torno  las lecturas del Domingo V de Pascua. 3 de mayo de 2015

 

 

Hch 9,26-31: Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino.

Sal 21,26b-27.28.30.31-32: El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.

1Jn 3,18-24: Quien guarda sus mandamientos permanece en Dio, y Dios en él.

Jn 15,1-8: “Yo soy la vid”.

 

Éxito, triunfo, victoria… suenan bien al oído. ¿A quién no le gusta ganar? Porque estamos hecho para ello. Que exista vida ya es victoria, sostenerla en el tiempo es nuevo triunfo; que perdure para siempre, el éxito total. Podemos verlo en las plantas. Su triunfo es el fruto, esperanza de nueva vida. El fruto sirve a la vida de dos formas:   una es de simiente para hijos nuevos, procurando la pervivencia de la especie; la otra es servir de alimento para sostener otra vida distinta, que necesita energía para sobrevivir.

 

 

Pero todo triunfo tiene una historia precedente y otra consecuente. Al fruto le acompaña su proceso: unas ramas, unas hojas, un tronco y sus raíces y la savia que bulló en lo recóndito de su interior. También una tierra, un agua, un sol y un viento. Todo para procurar esta vida victoriosa, donde cuaja todo el esfuerzo de la planta que la sostiene. Vino de un proyecto de vida y mira hacia otro, dar vida.

 

 

Si la imagen del pastor y el rebaño a ayudaba a Jesús a que entendiéramos su acción providente (atenta, delicada, paciente, perseverante, personal…)  con nosotros, la de la vid y los sarmientos nos facilita a contemplar nuestro sostén y apoyo en Dios, y nuestra respuesta a sus dones. Para ello una palabra crucial y repetida en este pasaje evangélico: “permanecer”. Este quedarse junto a Dios, no es meramente un arrimo, sino el injerto en Él para recibir nuestro sustento de Él. Para que nuestra savia, el alimento interno, no solo proceda de Él, sino que sea Él mismo. Alimentarse de Cristo, es ingerir el amor de Dios, fundamentalmente por medio de su Palabra y de su carne. Esto es tomar de la misma fuente trinitaria, que recibe y responder en fruto.

 

 

Los sarmientos no son necesarios para la estabilidad de la cepa ni tienen otro cometido que llevar a término lo que arrancó del otro extremo, las raíces. Esto es: dar fruto, dar vida. Para ello se alargan mirando hacia fuera, bien sujetos a su cimiento y su razón de ser, pero expuestos a la acción del sol y del aire. Sale de un centro compacto y se extiende en equilibrio sin llegar a tocar el suelo para que lo que de él nazca tenga las condiciones idóneas que le hagan que fraguar y madurar. Del mismo modo nosotros, brotando de Cristo, como de una misma carne, hemos de ser nervios suyos que se estiran para llevar esa vida hacia la periferia y que se concrete cuajada en frutos hasta su madurez. Estos frutos revelan la sabia de la que se bebió: si hubo unión a Cristo, no puede haber agrazones, si se bebió de otros veneros, la calidad desmejora y fácilmente habrá escasez o esterilidad. Y el fruto bueno tiene que ser esperanza de vida: porque favorece toda clase de vida y cuida de ella. Si no ha sido así o no se dio todo el fruto posible, entonces nuestro sarmiento habrá sido tacaño para recibir de Dios y, por tanto, para dar lo que recibió de Él, o, en su extremo, nulo para la vida.

 

 

Junto con esa permanencia vital está también la poda. El viñador podrá esperar con amor paciente a que el sarmiento perezoso dé algún día fruto como debiera y podarlo temporada tras temporada, antes de arrancarlo sin más cuando se hayan consumido todas las expectativas (aunque la paciencia de Dios es inagotable). Pero en la práctica habitual, el sarmiento se poda una vez que se ha producido el éxito de la vendimia. Con mayor o menor producción, todo sarmiento reciben ese corte que los hace menguar hasta casi desaparecer. La cepa se queda llena de muñones. Aquí se ve que lo más importante es la cepa, que es la que permanece, y con ella quedan los nudos de unión con esos apéndices que se irán convirtiendo en varas estiradas recuperando, o incluso superando, su longitud anterior. Es decir: la poda, aparente fracaso, llega después del triunfo. Sucede en la vida. No hay victoria definitiva, salvo la de Dios, y si nosotros producimos es por Él. La tijera de la poda del Padre es liberación y  purificación de lo viejo (que o dará poco fruto o no dará nada), para que el nuevo brote sea más vigoroso, en un “más” continuo, temporada tras temporada. Pero con la poda se sufre en la medida en que uno se creyó más exitoso por la longitud y el grosor de su leño y no por el reconocimiento agradecido del fruto producido por amor de Dios.

 

 

Somos el éxito de Dios. Coincide que nosotros venzamos, con que Dios tenga también la victoria, porque “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Esto solo es posible permaneciendo en Él, alargando su amor por nuestras venas. San Pablo era fiel a una cepa ya vieja y daba frutos viejos. Su conversión significó injertarse en Cristo. Los hermanos cristianos, sospechosos del converso, pudieron confiar una vez vieron sus frutos. La experiencia del injerto en Cristo es gustar un fruto de más calidad, mucho más nutritivo, porque son un cuajo de la vida de Dios a través de nuestra leña.

 

 

Que Dios triunfe en la victoria de nuestros frutos y este mundo pueda gustarlo a Él a través de aquello que produjo en nosotros. No deja de pedir la cepa todopoderosa ejército de sarmientos. Lo que podría hacer sola lo hace en compañía y no quiere renunciar a ello. Que toquemos nosotros los extremos del mundo donde exista más falta de amor y de justicia, y llevemos allí el fruto que nos ha encomendado el mismo Señor. 

Programación Pastoral 2021-2022